Por Jorge Traslosheros /

Desde la plaza de San Pedro se extendió la jornada de oración por la paz a todo el mundo. Personas de distintas religiones, y sin religión, se unieron a los cristianos para acudir al llamado de Francisco y construir la paz, entrelazando fe y razón. Sólo los poderosos del mundo fingieron indiferencia.

Ateos, agnósticos y creyentes podemos reconocer una sencilla verdad. Cuando alguien se empieza a creer Dios, amenaza tormenta. Cuando ese alguien es poderoso porque porta un puñal, una metralleta, o tiene un portaaviones, la gente sencilla sufrirá las consecuencias. La actitud de estas personas es la misma. Puesto que tienen el poder de matar, exigen a los demás plegarse a su voluntad. Diferencias de discurso existen y se matizan con ideologías primitivas o muy elaboradas; pero sin excepción coinciden en que la gente no importa. Este es el origen de la violencia.

El Papa trató esta sencilla verdad así en su homilía, como en gestos devocionales y litúrgicos. Fue universal porque fue católico. La jornada culminó con la adoración eucarística que los cristianos de tradición apostólica apreciamos de manera especial. En Cristo reconocemos que no somos Dios, que sólo Dios es Padre y que todos somos hermanos. Este mensaje es compartido por creyentes de diversas religiones sin necesidad de comprometer sus creencias. Es claro. El centro de nuestra existencia es Dios y pretender ponernos en su lugar es el principio de la violencia.

Chesterton tenía razón. Cuando dejamos de creer en Dios empezamos a creer en cualquier cosa. Y lo normal, agregamos, es que Narciso resulte endiosado. Pero cuidado con las apariencias. Por mi parte tengo bien aprendido, porque así lo viví y por experiencia cotidiana, que los ateos y agnósticos no dejan de buscar a Dios, incluso sin saberlo. Piensan que han dejado de creer sólo porque le cambiaron el nombre y tal vez el rostro. Entendámonos. El verdadero ateo es quien se pone en el lugar de Dios. Por eso el narcisismo es la peor idolatría y no basta decir “creo” para alabar a Dios.

Francisco fustigó a los poderosos de la tierra porque, al decir de Serrat, “se olvidan que en el mundo hay niños y juegan con cosas que no tienen remedio”. También recordó el drama de nuestra humanidad. Al principio Dios creó y, con satisfacción, constató la bondad de lo creado. Luego, por amor, nos hizo a su imagen y semejanza, nos dotó de libertad; pero al querer ser como Dios nos ocultamos a su presencia, renegamos del hermano y lo matamos. El pecado original es la soberbia. Este es el origen de la violencia.

La plaza de San Pedro es ahora el centro del clamor mundial por la paz. No es casualidad. En ese lugar Pedro y Pablo dieron testimonio del Crucificado. Por eso la fe de los cristianos da razones de la esperanza de cada hombre y mujer de buena voluntad. Tiende puentes hacia la cultura del diálogo y del encuentro que nos llena de vida, en oposición a la cultura del descarte que significa exclusión, violencia y muerte. No hay terreno neutral. Son opciones en las cuales se juega nuestra humanidad.

La paz es una forma de vida, un abrazar al hermano, un combate contra Narciso, una conversión constante a Dios. Es un largo y sinuoso camino; pero es el único digno de ser recorrido.

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