Por Eugenio Lira Rugarcía, Obispo Auxiliar de Puebla y Secretario General de la CEM

9 de octubre

Hoy celebramos la memoria del beato Juan Enrique Newman, quien nació en Londres en 1801. Hijo mayor de un banquero, desde temprana edad se aficionó a la lectura de la Biblia y las novelas de Walter Scott, así como de los escépticos Paine, Hume y Voltaire.

En 1816, a causa de las guerras napoleónicas el Banco de su padre cerró. Esto le provocó una depresión de la que pudo salir gracias a su encuentro con Jesús. Más tarde, sintiendo la llamada de Dios, se ordenó presbítero de la Iglesia Anglicana de Inglaterra, y comenzó un intenso trabajo pastoral y académico, que le ganó gran prestigio. En sus conferencias y en sus escritos criticaba al catolicismo y hasta afirmaba que el Papa era el anti-Cristo.

Pero entonces sucedió algo que cambiaría su forma de comprender y de vivir el cristianismo. A causa del exceso de trabajo, así como de los problemas económicos de su familia y de la muerte de su hermana menor, sufrió un colapso nervioso. Buscando la verdad, comenzó a leer a los Padres de la Iglesia, testigos de la Tradición, que, junto con la Biblia, constituye el único depósito de la revelación divina, cosa que los anglicanos niegan.

Estas lecturas, además de la evidencia histórica, hicieron que él influyera en el Movimiento de Oxford, que originalmente trataba de demostrar que la Iglesia de Inglaterra era descendiente directa de la Iglesia de los Apóstoles. Apoyado en sólidos argumentos, invitaba a los miembros de este grupo a reconsiderar su postura y a procurar un mayor contacto con la Iglesia católica.

Finalmente, en 1843, luego de un largo camino de oración, investigación, estudio y reflexión, Newman publicó en el Diario Conservador de Oxford una retractación de sus afirmaciones contra la Iglesia católica y contra el Papa, y se convirtió al catolicismo. Fue recibido oficialmente en la Iglesia el 9 de octubre de 1845 y en 1847 fue ordenado sacerdote.

Ingresó a la Congregación del Oratorio de san Felipe Neri en Londres, donde ofrecía cursos y conferencias. Además de su generosa tarea pastoral, publicó numerosas obras en las que, entre otras cosas, demuestra la relación entre fe y razón. Por todo esto, el Papa León XIII le nombró Cardenal en 1889. Un año después fue llamado a la vida eterna. El epitafio de su tumba dice: Pasó de las sombras y las imágenes a la Verdad”.

Juan Enrique Newman, buscador de la verdad que se dejó encontrar por Aquel que es la Verdad (cfr. Jn 14,6), decía: “…el hábito de oración, la práctica de buscar a Dios… en cada momento, en cada lugar, en cada emergencia… tiene… un efecto natural en el alma… elevándola. Un hombre ya no es lo que era antes; gradualmente… se ve imbuido de una serie de ideas nuevas, y se ve impregnado de principios diferentes”.

Como fruto de este encuentro con Dios, pudo exclamar: “Tengo mi misión… soy un eslabón en una cadena, un vínculo de unión entre personas… seré un mensajero de paz, un predicador de la verdad en el lugar que me es propio…”.

Ojalá hagamos nuestras estas palabras.

 

 

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