Por Mónica Muñoz /

«Que le vaya bien señora», dijo el dependiente de una tienda al despedir a mi amiga, una guapa mujer soltera que pasa de los 30 años, y que por razones que no vienen al caso, no ha contraído matrimonio. Ella, ofendida, respondió: «no soy señora», como si la hubiesen insultado gravemente. Y es que resulta una situación cada vez más común encontrar mujeres solteras de edades maduras, que por distintas causas no se han casado, en muchos casos se trata de féminas trabajadoras y exitosas que han dejado para después el tema del casamiento, o bien, no han encontrado pareja o las que la han tenido no llegan a dar el siguiente paso hacia el altar.

Puedo imaginar la cara de quienes, tan amablemente, me están leyendo, pero es un tema de actualidad, tanto como lo puede ser la globalización. Sin embargo, este fenómeno de la soltería forzosa no es privativo del sexo femenino. Quizá menos notorio por la mentalidad machista que aún cunde en nuestro país, ocurre también con muchos hombres que, deseando encontrar una mujer con quien formar una familia, se decepcionan cuando se topan con muchas jóvenes que lo único que buscan es pasar el rato.

¿Qué está ocurriendo? Bien podríamos pensar que se trata de un fenómeno digno de un estudio sociológico, sin embargo, sin pretender suplir a las ciencias sociales, puedo pensar en que se trata de un tema de vocación. Efectivamente, la sociedad durante siglos ha creído que el ser humano está hecho para casarse y nada más. Una pequeña porción elige la vida consagrada, ya sea como sacerdote o religiosa, en cambio, ve con lástima a las pobres «solteronas» que se han quedado para «vestir santos»… ¿o estoy pensando incoherencias? No, ¿verdad?, es entonces que, por la presión que ejerce esa sociedad, hombres y mujeres contraen nupcias, muchas veces con resultados catastróficos, pues al poco tiempo de casados caen en la cuenta de que no era lo que querían.

Por supuesto, no estoy generalizando, pero es muy notorio cuando las parejas, a pesar de las adversidades de la vida matrimonial, están felices y luchan contra todo para vivir en paz con la persona que han elegido como cónyuge. Eso es la vocación, un llamado específico a vivir un estado de vida determinado para alcanzar la salvación.

De la misma manera, la soltería no es ningún estigma, por el contrario, es la oportunidad que tiene la persona para ser feliz desde un estado especial de vida, libre para servir a Dios y a sus semejantes, porque no carga con los compromisos de los casados y puede trabajar en ambientes donde no pueden hacerlo los consagrados.

Sin embargo, hay que entender que quien elija este modo de vida necesita estar bien seguro y sobre todo, vivirlo bien, no como aquél señor que decía ser soltero y tenía mujer y tres hijos.  Aunque no se esté casado, ni siquiera por lo civil, no quiere decir que la persona sea soltera, pues vive en un “matrimonio de hecho”, con las mismas obligaciones que los que sí lo están, sobre todo si tienen descendencia.

El soltero debe optar por serlo absolutamente, ya sé que en estos tiempos de relativismo a nadie le gusta esa palabra, pero es la única manera de vivir feliz y sin sobresaltos.  Quien gusta de tener aventuras y relaciones pasajeras termina hastiado y hundido en los vicios, pues no sabe contener sus instintos.

Por otro lado, estoy convencida de que existen hombres y mujeres que, habiendo alcanzado la edad adulta sin pareja, desean encontrar a alguien que llene sus expectativas e intereses comunes y formalizar una relación para toda la vida.  A ellos les digo que no se desesperen, dice el dicho que “matrimonio y mortaja del cielo baja”, porque no es cuestión de edad, sino de vocación.  Teniendo buenas intenciones y poniendo de su parte para lograrlo, Dios hará que encuentren a esa persona especial con la que puedan compartir el resto de sus vidas, así que, ¡ánimo!

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