Por Eugenio Lira Rugarcía, Obispo Auxiliar de Puebla y Secretario General de la CEM |

12 de diciembre

Celebramos hoy el día de México y de todo el Continente Americano: la Fiesta de Nuestra Señora de Guadalupe, quien a través del indio san Juan Diego nos dice: “No se turbe tu corazón ni te inquiete cosa alguna ¿No estoy yo aquí que soy tu Madre?”, palabras que el Papa Francisco nos invita a tener siempre presentes.

Ella, la “Madre del Amor”, en 1531 se encaminó al Tepeyac presurosa, porque como explica san Ambrosio, “el amor no conoce de lentitudes”, para, como hizo con su parienta Isabel (cfr. Lc 1,39-48), ofrecernos el mayor de los servicios: traernos a Jesús, el fruto bendito de su vientre, que nos libera del pecado y nos hace hijos de Dios, partícipes de su vida plena y eternamente feliz.

Por eso pide a san Juan Diego se le edifique un templo, lo que en la mentalidad náhuatl significa construir la comunidad en torno a Dios, que en Cristo ha venido a nosotros. De ahí que, como explicaba Benedicto XVI, “La verdadera devoción a la Virgen María nos acerca siempre a Jesús, venerar a la Guadalupana es vivir según las palabras del fruto bendito de su vientre”.

En este camino podemos encontrar dificultades, como Juan Diego, a quien en un principio el Obispo Zumárraga no le creyó. Sin embargo, la Virgen Morenita lo animó a no subestimarse y lo envió de nuevo ¡Cómo él, escuchemos a la Guadalupana que nos pide no darnos por vencidos cuando las cosas no salen bien en el matrimonio, la familia, la escuela, el trabajo y la sociedad! ¡Hay que perseverar y seguir adelante!

Así lo hizo Juan Diego, a quien el Obispo le pidió una señal, que la Virgen prometió dar al día siguiente. Pero no pudo volver a causa de la enfermedad de su tío, quien sintiéndose morir, lo envió en busca de un sacerdote. Entonces, aquel 12 de diciembre la Virgen se le apareció; le dijo que no debía temer por su tío y lo envió a la cumbre del Tepeyac a cortar unas rosas de Castilla, que aparecieron milagrosamente, y llevarlas al Obispo. Mientras, ella visitó a su tío y lo sanó.

Ante el Obispo, el santo indígena desenvolvió su tilma; cayeron las rosas y apareció milagrosamente la imagen de la Virgen de Guadalupe, acontecimiento que, como afirmaba el beato Juan Pablo II, “tuvo una repercusión decisiva para la evangelización (en) todo el Continente”.

Ojalá que, como san Juan Diego, protagonista de la identidad mexicana, confiando en la intercesión de Santa María de Guadalupe, procuremos que todos alaben al Señor, testimoniando nuestra fe. Así, contribuiremos a edificar un México unido en el que a todos se haga posible un verdadero desarrollo integral, poniendo nuestra mirada en la eternidad feliz que nos aguarda. Si lo hacemos así, no nos extrañemos de que, como ha dicho el Papa, “en pleno invierno florezcan rosas de Castilla. Porque….tanto Jesús como nosotros, tenemos la misma Madre”.

 

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