Por Fernando Pascual |

Una creencia que circula por ahí afirma que existen muchos puntos en común entre los seres humanos, y que la unidad, armonía y convivencia se construye desde esos puntos compartidos. La creencia, a veces, está acompañada por otra idea: las diferencias separan y promueven situaciones de conflicto. ¿Es correcto este modo de pensar?

A veces suponemos que la armonía y la paz nacen simplemente si no hay casi diferencias y si son muchos los puntos de convergencia. Sin embargo, tener ideas compartidas no basta para vivir en paz, ni tener diferencias implica automáticamente promover conflictos.

Porque el punto central que debemos tener en cuenta radica en los contenidos pensados y aceptados por las personas y los grupos. Un contenido que implica racismo e intolerancia no puede ser fuente de armonía, aunque sea aceptado por muchos. Basta con pensar en dos grupos raciales que piensan de modo racista: la lucha entre los mismos será algo tristemente “lógico”, precisamente porque comparten el mismo prejuicio…

Al revés, hay diferencias que promueven unidad y justicia. Así, por ejemplo, si personas particulares o grupos asumen la idea cristiana (muy diferente respecto de lo que otros piensan) de que todos los hombres son amados por Dios, estarán dotados de una actitud benévola también hacia aquellos que no tiene esa misma idea.

Por lo mismo, fijarse en las diferencias o en las convergencias deja de lado el centro del problema: los contenidos. Porque sólo surge unidad desde ideas sanas, aunque no todos las compartan. Y sólo se avanza hacia la paz y el perdón entre los individuos y entre los pueblos cuando algunos corazones, aunque sean minoría, se abren a Dios y trabajan por promover una cultura del perdón, de la acogida y de la justicia.

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