Por Felipe Arizmendi Esquivel, Obispo de San Cristóbal de Las Casas |

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Cuando anunciamos que el Papa Francisco aprobó las versiones tseltal y tsotsil de las fórmulas sacramentales, y que las traducciones del Ordinario de la Misa en esos idiomas están en proceso de reconocimiento oficial por la Congregación para el Culto Divino y la Disciplina de los Sacramentos en Roma, así como la aprobación del idioma náhuatl como lengua litúrgica, vinieron de la BBC de Londres y de la agencia AP a hacer sendos reportajes televisivos, porque les llamó la atención que los idiomas originarios sean aceptados por la Iglesia en el corazón de su vida, que es la liturgia.

Fui invitado por la Sociedad Mexicana de Liturgistas (SOMELIT) a exponer los logros y retos de la inculturación de la liturgia en los pueblos indígenas, pues esta es una de las tareas pendientes de lo que pidió el Concilio Vaticano II desde hace cincuenta años.

Algunos, que no viven en contacto cercano a los pueblos originarios, se imaginan que estamos perdiendo el tiempo en hacer las traducciones bíblicas y litúrgicas, pues piensan que esos idiomas, a los que por ignorancia califican de dialectos, van a desaparecer. Nos tachan de ser un residuo ideológico de un indigenismo que consideran trasnochado. No viven aquí, no conviven con nuestros pueblos, donde están muy vivas y operantes las culturas indígenas, con su idioma, su cosmovisión, sus ritos, sus tradiciones, sus normas de vida, su religiosidad, y por ello no comprenden ni valoran este servicio. No es un trabajo de escritorio, sino que es la vida integral de miles de personas, cuya identidad cultural está muy arraigada.

PENSAR

La constitución conciliar sobre la reforma de la liturgia, del 4 de diciembre de 1963, ya indica: “La Iglesia no pretende imponer una rígida uniformidad en aquello que no afecta a la fe o al bien de toda la comunidad, ni siquiera en la liturgia; por el contrario, respeta y promueve el genio y las cualidades peculiares de las distintas razas y pueblos. Estudia con simpatía y, si puede, conserva íntegro lo que en las costumbres de los pueblos encuentra que no esté indisolublemente vinculado a supersticiones y errores, y aun a veces los acepta en la misma liturgia, con tal de que se pueda armonizar con el verdadero y auténtico espíritu litúrgico” (SC 37).

La Congregación para el Culto Divino y la Disciplina de los Sacramentos publicó, el 25 de enero de 1994, la IV Instrucción titulada La Liturgia Romana y la Inculturación. Entre otras cosas, este documento dice que “la diversidad no perjudica su unidad, sino que la enriquece” (No. 1). “La liturgia de la Iglesia debe ser capaz de expresarse en toda cultura humana, conservando al mismo tiempo su identidad por la fidelidad a la tradición recibida del Señor” (No. 18). “La diversidad en algunos elementos de las celebraciones litúrgicas es fuente de enriquecimiento, respetando siempre la unidad sustancial del Rito romano, la unidad de toda la Iglesia y la integridad de la fe que ha sido transmitida a los santos de una vez para siempre” (No. 70).

El Papa Francisco ha sido muy claro al señalar: “Bien entendida, la diversidad cultural no amenaza la unidad de la Iglesia… No haría justicia a la lógica de la encarnación pensar en un cristianismo monocultural y monocorde. El mensaje revelado tiene un contenido transcultural” (EG 117). “Las Iglesias particulares deben fomentar activamente formas, al menos incipientes, de inculturación. A veces el miedo nos paraliza demasiado. Si dejamos que las dudas y temores sofoquen toda audacia, es posible que, en lugar de ser creativos, simplemente nos quedemos cómodos y no provoquemos avance alguno y, en ese caso, no seremos partícipes de procesos históricos con nuestra cooperación, sino simplemente espectadores de un estancamiento infecundo de la Iglesia” (EG 129).

ACTUAR

Invitamos a los agentes de pastoral que sirven en pueblos originarios, a hacer todo lo posible por caminar y avanzar en las traducciones bíblicas y litúrgicas. Este es el primer paso de la inculturación. Hay que dar los siguientes pasos para tener rituales litúrgicos propios, aprobados por la autoridad competente.

 

 

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