Por Francisco Xavier Sánchez H., sacerdote |

Hoy llegué relativamente temprano a mi parroquia de Nezahualcóyotl porque tengo mucho trabajo pendiente. Además de sacerdote soy filósofo. Entiendo la palabra “filósofo” no como pretensión o vanidad sino al contrario, con la modestia y humildad con la que se nombraban los primeros pensadores griegos: amigos de la sabiduría. Para distinguirse de un grupo de gente orgullosa que se hacía llamar “sofistas”, porque creían que ya poseían la sabiduría; otro grupito de pensadores prefirieron llamarse simplemente “filósofos”, es decir aficionados, amateurs, amigos de la sabiduría.

En mi parroquia tengo una oficinita llena de libros en donde intento trabajar un poco. Preparar mis clases, artículos, conferencias, etc. Sin embargo casi siempre no puedo estar más de 3 horas seguidas sentado, sin que alguien venga a buscarme para alguna emergencia: un juramento para algún borrachito; santos oleos para un enfermito o celebración de exequias para algún difuntito. El día de hoy no fue la excepción. Tuve que interrumpir la lectura de Heidegger para atender a Doroteo que falleció en la mañana y que estaba tendido en su casa. Tengo que confesar que cuando me estoy concentrando en alguna lectura me cuesta trabajo levantarme “de buenas”, para atender las necesidades de los parroquianos, pero siempre lo hago, siempre los atiendo.

Dios es tan grande que permite que no me clave tanto en los libros para no “atontarme” tanto. La verdadera vida se encuentra afuera. Los libros son sólo herramientas para servir mejor a nuestros hermanos de carne y hueso. Sin el servicio a los demás los estudios pueden ser sólo vanidad.

Después de la misa del funeral invité a Hugo (sacristán) y a Raúl (su achichincle) a comer taquitos de suadero al puesto de Carmen. La conocí hace tiempo porque fui a bendecirle su modesto puesto de tacos que tiene en la calle. Desde entonces cuando puedo –y no tengo algún otro lugar a dónde ir– voy a comerme unos tacos de suadero a su puesto. Carmen no sabe nada de Heidegger ni de filosofía. Sin embargo está más impregnada de la sabiduría que nos enseña la vida –cuando queremos aprender de ella– que muchos catedráticos y filósofos de profesión. Poco a poco, y entre taco y taco, he ido aprendiendo a conocerla, amarla y respetarla profundamente. Madre soltera que ha sacado a sus 3 hijos adelante a base de esfuerzo y dedicación. Carmen me enseña con su vida que no hemos nacido para ser “pastores del ser” como pretendía Heidegger, sino para ser responsables de nuestros hermanos.

Hoy entre las lecciones de vida que me daba Carmen se acerco un “valedor” con su guitarra desafinada y comenzó a cantar una canción que hablaba de una muchacha que se había metido a la prostitución y que había dejado a su enamorado. Me dijo que era del grupo Sam (no lo recuerdo bien). Me preguntó que si me cantaba alguna. Le dije que sí, que “Triste canción” del TRI. Lo invité a cenar pero no quiso, sólo aceptó un refresco. En realidad el pobre estaba algo drogado y creo que ni apetito tenía.

La verdadera vida está afuera. Afuera del cuarto de estudio, afuera de mis comodidades, afuera de mí mismo. No siempre es fácil salir, por lo menos para mí.

Por favor, síguenos y comparte: