Por Alberto Suárez Inda, Arzobispo de Morelia |

Este 14 de marzo se cumplieron 449 años del fallecimiento de Vasco de Quiroga, primer Obispo de Michoacán, quien murió a los 95 años de edad. Existe la convicción de que vivió en forma ejemplar las virtudes en base a testimonios de quienes lo trataron.

Sobresale el parecer del Arzobispo Zumárraga en una carta enviada en 1537 a Carlos V, quien presentó a Vasco como candidato al episcopado: De la elección que S.M. hizo en la persona del Lic. Quiroga para Mechuacán tengo por cierto y siento con muchos que ha sido una de las más acertadas que S.M. ha hecho para llevar indios al Paraíso, que creo que S.M. pretende más esto que el oro y la plata, con el amor visceral que este buen hombre les muestra, el cual prueba bien con las obras y beneficios que de continuo les hace y con tanto ánimo y perseverancia, nos hace ventaja a los prelados de acá.

Don Manuel Flores, Deán de la Catedral de México, asegura que “él creía por Dios y en conciencia, que Quiroga nunca había hecho conscientemente un acto que constituyera un pecado mortal; y que no había fraile en la tierra que le aventajara en vivir religiosamente”. Sus compañeros de trabajo en la Segunda Audiencia dicen: “El Lic. Quiroga es un hombre virtuoso, buen cristiano y muy celoso del servicio de Dios”.

Cuenta Cabrera, quien vivió junto a Don Vasco poco más de diez años: “Quedaron los nativos tan impresionados con todos esos favores, que no cesaban de admirar la bondad y liberalidad del Obispo. Su amor hacia él aumentaba de día en día, mientras este piadoso pastor y padre a su vez, cual otro San Pablo, los llevaba a todos en sus entrañas hasta ver a Cristo formado en ellos”.

Y refiere la fama de santidad que tenía ya en vida: “Cuando aquellos innumerables indios, ya instruidos en la fe y bautizados, volvían a sus casas y daban a conocer a otros indígenas infieles la bondad y nobleza, la compasión y generosidad del Obispo, la fama de este celebérrimo varón cundía por todas partes llegando, y de tal modo se divulgaba, que muchos indios, a los que ningún ejército había podido dominar, tan solo por la fama de este santo Obispo, espontánea y libremente acudían y se acercaban a él”.

Juan de Grijalva refiere el celo con el que, después de un largo viaje, reemprendió su trabajo pastoral: “Cuando volvió de España para dar asiento a las cosas de su Iglesia, lo hizo con una gran santidad y perfección que en ninguna cosa le hayo inferior a aquellos Santos Padres que gobernaban la Iglesia en sus principios”.

Motivo de esperanza es que finalmente llegó a Roma el expediente del proceso diocesano de canonización clausurado el mes pasado. Oremos al Señor, fuente de toda santidad, nos conceda poder invocar un día como intercesor en el Cielo a quien fue Padre de la Iglesia michoacana, hoy tan necesitada de la misericordia divina.

 

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