Por Fernando Pascual |

La Liturgia ocupa un lugar especial en la vida de los creyentes. A través de ella los bautizados participan del culto a Dios, celebran los sacramentos, viven como hermanos, hacen presente la Redención.

Por eso tuvo una importancia especial, durante los años del concilio Vaticano II, la constitución “Sacrosanctum Concilium”. En ella encontramos criterios fundamentales para vivir la Liturgia como miembros de la Iglesia católica.

Mientras celebramos los 50 años de aquel importante concilio, podemos recordar unas indicaciones de este documento que valen también para nuestros días, sobre todo ante situaciones en las que no se ha sabido respetar la mente y las indicaciones del Vaticano II.

En el n. 22 de la “Sacrosanctum Concilium” encontramos tres principios concretos y de gran importancia. El primero dice: “1. La reglamentación de la sagrada Liturgia es de competencia exclusiva de la autoridad eclesiástica; ésta reside en la Sede Apostólica y, en la medida que determine la ley, en el Obispo”.

El segundo principio aplica lo anterior, en el marco de los límites establecidos, a las asambleas territoriales de los obispos. El tercer principio añade: “3. Por lo mismo, nadie, aunque sea sacerdote, añada, quite o cambie cosa alguna por iniciativa propia en la Liturgia”.

Por desgracia, no han faltado en las últimas décadas experimentos y actuaciones por las que algunos sacerdotes han introducido, en las misas y en otras acciones litúrgicas, elementos “originales” e innovadores, pero sin ninguna aprobación, por lo que iban en contra de unas peticiones tan concretas del Concilio Vaticano II.

Por eso en diversas ocasiones desde la Santa Sede han llegado indicaciones orientadas a prevenir y erradicar abusos, y a promover un mayor respeto a la liturgia. En concreto, tuvo especial importancia una Instrucción publicada con el título “Redemptionis Sacramentum” (25 de marzo de 2004).

En la misma encontramos esta interesante reflexión:

“Los actos arbitrarios no benefician la verdadera renovación, sino que lesionan el verdadero derecho de los fieles a la acción litúrgica, que es expresión de la vida de la Iglesia, según su tradición y disciplina. Además, introducen en la misma celebración de la Eucaristía elementos de discordia y la deforman, cuando ella tiende, por su propia naturaleza y de forma eminente, a significar y realizar admirablemente la comunión con la vida divina y la unidad del pueblo de Dios. De estos actos arbitrarios se deriva incertidumbre en la doctrina, duda y escándalo para el pueblo de Dios y, casi inevitablemente, una violenta repugnancia que confunde y aflige con fuerza a muchos fieles en nuestros tiempos, en que frecuentemente la vida cristiana sufre el ambiente, muy difícil, de la «secularización»“ (“Redemptionis Sacramentum” n. 11).

En el recuerdo de los 50 años del Vaticano II, y a 10 años de la instrucción “Redemptionis Sacramentum”, vale la pena un esfuerzo sincero y sereno por vivir con cariño la liturgia de la Iglesia católica. Así promoveremos un culto a Dios que nazca de la fe y permita celebrar adecuadamente la acción divina en la historia humana.

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