PINCELADAS | Por Justo López Melús (+)

No hay nada tan contradictorio como alardear de santidad y humildad. Decía un estudiante: «Yo no soy el más listo, pero soy el más humilde de la clase». Un político pedía al rey un título de nobleza. El rey se las ingenió para negárselo fomentando su vanidad: «No puedo concedértelo -le dijo-, pero puedes decir a tus amigos que te lo he ofrecido y lo has rehusado».

Un paciente que se tenía por santo fue al médico: «Doctor, tengo un horrible dolor de cabeza». El médico le preguntó: «¿Bebe mucho alcohol?». «Nada en absoluto». «¿Y consume tabaco?». «Me repugna». «Perdone: ¿sale usted por las noches a echar una canita al aire?». «Nunca, ¿por quién me ha tomado?». «Y ese dolor de cabeza, ¿es agudo y punzante?». «Muchísimo». «Bien, lo que le pasa es que lleva usted la aureola, la corona, demasiado apretada. Aflójela un poco».

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