Por Luis García Orso, SJ |

La película del francés Xavier Beauvois toma su título de un versículo del salmo 82, que cita al inicio: “Aunque sean dioses y todos sean hijos del Altísimo, morirán como todos los hombres, caerán como cualquier príncipe”. Mas lo importante de esta historia en cine no es reafirmar que todos morimos, sino mostrar cómo se muere con un sentido.

Para esto, basada en un caso real, la película sigue la vida ordinaria de un monasterio cisterciense en las montañas de Tibhirine, Algeria. Los ocho monjes conviven con los musulmanes del poblado, van a sus fiestas, ofrecen servicio médico, cultivan la tierra, venden sus productos en el mercado, rezan, estudian, cocinan, comparten sus alegrías y sus tristezas…La liturgia de sus vidas se va alternando con la liturgia de las horas. Toda su existencia es un acto de consagración a Dios y una apuesta por la hermandad y la convivencia entre hombres de diversas culturas y religiones; es una transparencia de humanidad.

Pero la paz del lugar es interrumpida violentamente por las acciones de un grupo islámico extremista que empieza a asesinar a extranjeros. Las autoridades del gobierno presionan a los monjes a abandonar Argelia y regresar a Francia pues su vida corre peligro. Cada uno de la comunidad reacciona muy personalmente a la posibilidad de una muerte violenta; cada uno va transparentando su humanidad y su fe, sus dudas y sus miedos, su crisis y su lucha interna, su discernimiento y sus mociones interiores. Con mayor fuerza y belleza, el canto de los salmos va reflejando las palabras que brotan del corazón, el grito desde la oscuridad y el desconcierto, el tono emocional de la comunidad, la batalla de la fe, hasta que llega la decisión final: “El discípulo no es más que su Maestro” (Mt 10, 24). En esa honda tónica espiritual, en medio de una cena comunitaria que simbólicamente se vuelve eucarística, los monjes son tomados como rehenes el 26 de marzo de 1996; dos meses después se confirma que murieron a manos del grupo terrorista.

El prior del monasterio, el Padre Christian, ante la posibilidad de su muerte había escrito en su testamento espiritual del 1 de enero de 1994: “Si Dios quiere podré entonces sumergir mi mirada en la del Padre para contemplar junto a Él a sus hijos del Islam, así como Él los ve, iluminados todos por la gloria de Cristo, fruto de su Pasión, colmados por el don del Espíritu, cuyo gozo secreto será siempre el de establecer la comunión y restablecer la semejanza, sirviéndose de las diferencias…De esta vida perdida, totalmente mía y totalmente de ellos, doy gracias a Dios porque parece haberla querido por entero para esta alegría, por encima de todo y a pesar de todo”.

De dioses y de hombres mereció el gran premio del jurado en Cannes 2010 y el premio del jurado ecuménico. La película inicia con los ocho monjes en fila, de espaldas a nosotros, caminando por un corredor oscuro, hasta que llegan a la capilla y empieza su oración a Dios. En la secuencia final del filme, los monjes también caminan en fila, en una oscuridad nevada, llevados por el grupo armado hacia la muerte. Recordamos entonces el canto de la comunidad la noche de Navidad: “Ha llegado la noche, la larga noche en que caminamos…No existe nada salvo el Amor”. Así, cada uno abraza la muerte, abraza la Vida, con amor.

 

 

 

 

 

Luis García Orso

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