Por Fernando Pascual |

La predicación de Cristo fue tajante, como una espada de doble filo. Su palabra fue simplemente “sí, sí, no, no”, y nada más. Por eso pidió un heroísmo que sorprendía en su tiempo y que sorprende en el nuestro.

En ocasiones surgen, sin embargo, voces que aluden y promueven una especie de cristianismo de segunda clase. Comentan que no todos están llamados a ser héroes, que no siempre se puede llevar a cabo lo mejor, que en ocasiones hay que contentarse con una vía de medio, que existen situaciones extremas en las que aplicar la doctrina cristiana sería excesivo…

Este modo de hablar supone, consciente o inconscientemente, que habría un Evangelio para cristianos de primera clase (los héroes, los que sí pueden), y otro Evangelio para cristianos de segunda clase.

En realidad, sólo hay un Evangelio. Exigente y maravilloso. Claro y preciso. Lleno de la fuerza de Dios que es gracia, poder, misericordia, humildad, mansedumbre.

Buscar otro Evangelio, proponer adaptaciones para casos difíciles, significaría vaciar la cruz de Cristo y pensar según el mundo. Las palabras de san Pablo valen para todos los cristianos:

“Porque no me envió Cristo a bautizar, sino a predicar el Evangelio. Y no con palabras sabias, para no desvirtuar la cruz de Cristo. Pues la predicación de la cruz es una necedad para los que se pierden; mas para los que se salvan -para nosotros- es fuerza de Dios” (1Co 1,17‑18).

Sí: los bautizados contamos con la fuerza de Dios desde que Cristo dio su Sangre por nosotros. Por eso, todo lo podemos (cf. Flp 4,13), incluso lo que parece heroico. Porque nos basta su gracia, porque la fuerza se manifiesta en la debilidad (cf. 2Co 12,9), porque en situaciones que parecen imposibles podemos encontrar en el Señor un camino de esperanza.

No existe un Evangelio para cristianos de segunda, ni resulta imposible vivir los mandamientos. Dios nos ofrece a todos su Amor. Desde la fuerza de la Cruz, cualquier ser humano puede romper con situaciones muy difíciles de pecado y empezar a vivir según el heroísmo maravilloso de la fe, de la esperanza y de la caridad.

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