Por Fernando Pascual |

El “caso Galileo” goza de amplio interés. Libros, conferencias, debates, discusiones, ayudan a profundizar y comprender una condena a un hombre que defendió y publicó ciertas ideas en la Italia del siglo XVI.

¿No habría que pensar que el mundo está lleno de miles de casos Galileo? ¿No ha habido en el pasado y hay en el presente cientos y cientos de seres humanos que han sido y son perseguidos, acusados, condenados, a veces con torturas y con la muerte, por proponer en público sus ideas, o incluso por manifestarlas ante pocos familiares y conocidos?

La pregunta no implica dar menos importancia al caso Galileo, sino abrir los ojos a tantas existencias humanas que han sufrido y que sufren persecución por sus creencias.

Lo que sorprende es cómo algunos usan (a veces abusan) del caso Galileo para atacar a la Iglesia católica, mientras dedican mucho menos tiempo a analizar y a defender a hombres y mujeres que hoy día, ante nuestros ojos, son acusados (incluso condenados a muerte) por cambiar de religión, por defender sus convicciones más profundas, o simplemente por enseñar una Biblia a unos amigos.

Existe un derecho fundamental para exponer, de modo justo y adecuado, las propias ideas ante otros. Existe un deber de conciencia, para quien llega a una conclusión en ámbito científico, filosófico o religioso, para considerar equivocado lo que otros defienden y para divulgar, cuando sea necesario, las nuevas convicciones si éstas pueden ayudar a otros.

Hablar y escribir sobre el caso Galileo sin decir una palabra sobre tantos hombres y mujeres, ricos o pobres, de Europa o de Asia, de África o de América, que sufrieron y sufren persecuciones arbitrarias (en ocasiones castigos indescriptibles), es una forma de discriminación cómoda y extraña, porque muestra escasa sensibilidad humana y falta de honradez intelectual.

No podemos guardar silencio ante miles de casos Galileo de todos los tiempos, especialmente los que ocurren hoy en varios países del planeta. Hablar a favor de los perseguidos injustamente, defender el derecho a seguir la propia conciencia en la búsqueda de la verdad y del bien, son acciones que cualquier corazón mínimamente justo debe poner en práctica, aunque ello implique el riesgo de convertirse en víctima de tantos poderosos enemigos de la sana libertad de pensamiento.

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