Por Gilberto Hernández García |

El Sínodo sobre la familia está en la segunda semana de trabajos. Las posturas y las reflexiones, aunque diversas, como es de esperar, han estado marcadas por el deseo de ser fieles al proyecto de felicidad de Dios para sus hijos y de ofrecer a las familias de hoy respuestas a las cuestiones que le plantea a la Iglesia. En los debates ha salido a relucir una verdad palmaria: la familia, por diferentes circunstancias, ha adquirido un rostro, una presencia distinta que no se puede soslayar.

Presentamos algunas de estas configuraciones familiares que, junto a la familia tradicional, han emergido en los ultimos años.  Son historias de vida que pueden parecernos cercanas.

Juntos pero no revueltos: la familia extensa

Doña Eloísa y don Refugio procrearon 13 hijos, de los cuáles uno ya murió. En su casa viven 16 personas: ella, su esposo, dos hijos, dos hijas, dos nueras, un yerno y siete nietos, distribuidos en cuatro habitaciones.

La abuela pensó que al casarse sus hijos se irían a vivir a otro lado, pero cuatro de ellos le pidieron albergue por un tiempo, pero “llevan años aquí y nos hay para cuando se vayan”, dice la atribulada mujer cuyo marido ahora ya no puede trabajar para sostenerla.

Aunque la familia mexicana es muy unida, en este caso el mejor adhesivo no ha sido el amor, sino el factor crisis, porque la carencia es marca distintiva que acompaña a muchos hogares mexicanos. El modelo de familia extensa es, de alguna forma, una respuesta que busca asegurar la sobrevivencia en periodos de dificultad económica.

Estos sí que no tienen… padre: familia y migración

El CONAPO señala que uno de cada 10 hogares mexicanos está vinculado a la migración. En México hay una infinidad de comunidades rurales, mayoritariamente, que resienten las consecuencias de la migración al extremo: son pueblos sin hombres. Aunque en estos pueblos abundan las nuevas construcciones que han sido levantadas a golpe de remesas, quienes las habitan se experimentan como familias incompletas.

Raquel tiene 10 años de casada pero su marido se fue al Norte a los dos meses de la boda. Rodrigo, su marido, ha regresado en tres ocasiones por periodos que no van más allá de dos meses. Sólo ha venido, prácticamente, a engendrarle los tres hijos que tienen.

Ella está consiente de que la emigración de su marido ha sido la única oportunidad para tener una vida más decorosa, pues aparentemente en el hogar no falta nada: vestido, vivienda, comida. Sólo el padre.  Aunque ahora tienen un poco más para vivir, las remesas no logran sustituir al papá.

Los expertos en el tema de la migración hablan de un nuevo fenómeno que está emergiendo en las comunidades expulsoras de migrantes: se trata del síndrome de «Penélope» o mujeres en depresión, hijos sin figura paterna y familias fracturadas.  Aunque no hay estudios suficientes sobre el  impacto real de la migración sobre la familia, hay algunos efectos inmediatos que saltan a la vista: pueblos “femeninos”, en extinción y un concepto extraño de unión familiar.

¿Más vale solo?

Dicen que la soledad no es buena consejera, sin embargo en el país es compañera de muchas personas. En México, asegura el INEGI, por cada 20 hogares “normales” existe uno de esos que las estadísticas llaman técnicamente “unidades domésticas unipersonales”: se trata de personas que viven solas, generalmente ancianas.

Es el caso de Lupita, como la conocen sus vecinos. Tiene 80 años y casi 30 de viuda. Tuvo tres hijos, pero no viven en la ciudad donde radica ella; además ya no tiene parientes cercanos. Los hijos la visitan una vez al año y le insisten que se vaya a vivir con ellos, pero ella prefiere no hacerlo para no causarles más trabajos. Además ya se acostumbró a estar sola, “esperando que Dios me recoja”, dice.

Según proyecciones del Centro de Estudios Demográficos del CONAPO para el año 2050 la población de adultos mayores representará el  28%, prácticamente la mayoría de los hogares va a tener adultos mayores y uno de cada tres hogares va a estar conformado solo por ancianos.

“Ningún hijo para tenerlo todo”

Hace años la propaganda para la planificación familiar en México rezaba: “Pocos hijos para darle mucho”. Pero algunas parejas “se pasaron de la raya” y han decidido no procrear o postergar lo más posible el nacimiento de los hijos. Esta “moda” conocida como DINK, por sus siglas en inglés, «doble ingreso–no hijos», es común en países industrializados, sin embargo en México son hogares excepcionales, donde pueden considerarse unos 35 mil hogares en estas condiciones.

La concepción de la maternidad/paternidad como opción y no como destino obligado de una pareja es una tendencia que se consolida cada vez más en el Primer Mundo y que empieza a hacer pie en México, entre jóvenes y no tan jóvenes de sectores medios/altos y altos que encaran el futuro con más fidelidad a la propia voluntad y al proyecto personal que a “los dictados de la biología y la tradición”.

Violeta y Francisco son profesionistas exitosos. Hace 6 años que viven juntos pero no han querido tener hijos. Les va bien: ambos trabajan, tienen una buena y amplia casa, automóvil del año, y viajan mucho; salen con frecuencia y “disfrutan como si fueran novios”. Se consideran “una familia moderna”.

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