Por Mónica Muñoz |

Los jóvenes de esta época son tan distintos a nosotros… esperen, ¡ya llegué a esa etapa! Esa en la que nos damos cuenta de que ya no toleramos ciertas actitudes o creemos que en nuestros tiempos todo era mejor.  Para no ir tan lejos, hace unos días tuve que corregir a un adolescente que tuteaba a un hombre mayor al que acababa de conocer, como si fueran grandes cuates.  Digo, a mí me enseñaron que el respeto a los mayores comienza con el saludo y dirigiéndonos a ellos con los títulos de “señor y señora” o don y doña”, en fin, que hablarles de usted era requisito indispensable para dirigirnos a alguien más grande.

Lo cierto es que, en menos de lo que nos imaginamos, pasan de largo niñez, adolescencia, juventud y entramos a la madurez y finalmente a la edad adulta plena, o como diría un buen amigo: “ya estamos viejos”, lo que,  sinceramente, no me parece de ningún modo un drama, sino la forma perfectamente normal en la que transcurre la vida que Dios nos regala y que nos debe enorgullecer, pues aunque en esencia somos los mismos, debemos ser mucho mejores cada día que pasa.

Pero me remito al principio, en donde me estaba refiriendo a la famosa brecha generacional, tema de análisis que salta de vez en cuando y que se ha analizado profundamente.  Pero, ¿qué es la brecha generacional? Según expertos, se trata del espacio cronológico que existe entre generación y generación y es causa de problemas, choques e incomprensiones por las diferencias de ideología y costumbres, que provoca una separación entre jóvenes y adultos, haciéndose más notorio en las relaciones entre padres e hijos porque el papel de educadores los obliga a poner reglas y límites a niños y adolescentes, y a estas alturas de la vida, a jóvenes de más de veinticinco años, lo cual resulta preocupante, debido a que es cada vez más frecuente observar que hombres y mujeres que sobrepasan los treinta años, permanecen en el hogar paterno sin decidirse a tomar las riendas de sus vidas.

Aquí debo acotar que, personalmente, no soy partidaria de que los chicos y chicas dejen el nido sólo por hacerlo.  El hecho de que se independicen de sus familias sólo para deshacerse del yugo paterno no me parece motivo suficiente para salirse de su casa, creo que alguien que decide dar ese paso es porque entiende las responsabilidades a las que se enfrentará y que no podrá dar marcha atrás porque no le resultaron los planes o no le alcanza el presupuesto.

Relaciono este punto al anterior porque observo dos vertientes en un mismo fenómeno (pueden ser más, pero estos me inquietan de manera especial): Uno, jóvenes que se rebelan en contra de los padres y no quieren saber nada de ellos porque creen que los asfixian. Dos, jóvenes que han sido sobreprotegidos y no abandonan el hogar, aunque se estuviera incendiando.

En los dos casos, no hay duda de que el origen es el mismo: la educación recibida en casa.  Porque los padres de familia son responsables de lo que son sus hijos.  Ellos tienen la grave misión de llevarlos por buen camino, de formarlos como buenos ciudadanos, de trabajar duro para que no les falte lo necesario para que crezcan y se desarrollen física, mental y espiritualmente y sobre todo, que siempre gocen de su guía y compañía.  Porque de sus palabras y ejemplos depende que los vástagos entiendan el bien y el mal, disciernan su vocación y den sentido a sus vidas.

Y creo, con mucho dolor, que algo está fallando, porque los chicos y chicas ya no quieren comprometerse, tienen miedo a las relaciones de largo plazo, a tener hijos, a la pobreza.  Les interesa la fiesta más que la escuela, que podríamos catalogar de normal, con la diferencia de que quisieran que ésta fuera eterna y que sus padres los mantuvieran para siempre.

No. La brecha generacional tiene que estrecharse para lograr que nuestra juventud comprenda que incluso ellos se harán viejos y que deben seguir su propio rumbo, pero también depende de que los padres de familia lo entiendan y les brinden las herramientas necesarias para enfrentar la vida y valerse por ellos mismos, tan exitosamente que, algún día, sean ellos los que se quejen de que sus tiempos “eran mejores”.

¡Que tengan una excelente semana!

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