Por Carlos Ayala Ramírez, El Salvador |

El 13 de marzo, el papa Francisco cumplió dos años como obispo de Roma. En las entrevistas que ha concedido a propósito de la fecha, se le ha preguntado sobre diversos temas: la migración indocumentada, el drama de los abusos sexuales, el crimen organizado, la reforma de la curia, las perspectivas de su pontificado, entre otros. Y ha respondido con sinceridad, sencillez y profundidad. Pero, a dos años de su pontificado, hay un tema central en el que Francisco ha mostrado un mayor interés, coherencia y valentía, como lo exige el Evangelio. Nos referimos a la dura realidad por la que atraviesan los empobrecidos del mundo, que demanda una respuesta de justicia. Recordemos el relato que hizo el papa luego de su elección. Cuando los votos a su favor alcanzaron los dos tercios y los cardenales comenzaron a aplaudirle, Claudio Hummes, cardenal brasileño, lo abrazó, lo besó y le dijo: “No te olvides de los pobres”. Esas palabras, dice, se le quedaron en la cabeza e inmediatamente pensó en Francisco de Asís, hombre de paz y de los pobres. De esa manera surgió la elección del nombre y la memoria de una opción cristiana fundamental: “Una Iglesia pobre, para los pobres”.

En su primera Exhortación apostólica, Evangelii gaudium, donde se indican los caminos para la marcha de la Iglesia en los próximos años, el pontífice señala un conjunto de criterios que expresan la centralidad que deben tener los pobres en esta nueva etapa de evangelización bajo su liderazgo. Enlistemos algunos que tienen un carácter de interpelación y compromiso.

Primero, la preocupación por el desarrollo integral de los más abandonados de la sociedad brota de la fe en Jesucristo, hecho pobre y siempre cercano a los pobres y excluidos (n. 186). En consecuencia, cada cristiano y cada comunidad están llamados a ser instrumentos de Dios para la liberación y promoción de los pobres. Esto supone ser dóciles y estar atentos para escuchar su clamor y socorrerlos. Esta actitud de escucha tiene su fundamento en el Dios de la Biblia. Basta recorrer las Escrituras para descubrir cómo el Padre bueno quiere escuchar el clamor de los pobres: “He visto la aflicción de mi pueblo, he escuchado su clamor ante sus opresores y conozco sus sufrimientos. He bajado para liberarlo” (n. 187).

Segundo, la Iglesia reconoce que la exigencia de escuchar este clamor brota de la misma obra liberadora de la gracia en cada persona, por lo que no se trata de una misión reservada solo a algunos. La Iglesia, guiada por el Evangelio de la misericordia y por el amor a la persona, escucha el clamor por la justicia y quiere responder con todas sus fuerzas. En este marco se comprende el pedido de Jesús a sus discípulos: “Denles ustedes de comer”, lo cual implica tanto la cooperación para resolver las causas estructurales de la pobreza y para promover el desarrollo integral de los pobres como los gestos más simples y cotidianos de solidaridad ante las miserias concretas que encontramos (n. 188).

Tercero, para la Iglesia, la opción por los pobres es una categoría teológica antes que cultural, sociológica, política o filosófica. Dios les otorga su primera misericordia. Esta preferencia divina tiene consecuencias en la vida de fe de todos los cristianos, llamados a tener los mismos sentimientos de Jesucristo. Inspirada en ella, la Iglesia hizo una opción por los pobres entendida como una forma especial de primacía en el ejercicio de la caridad cristiana, de la cual da testimonio toda la tradición de la Iglesia (n. 198).

Cuarto, nadie debería decir que se mantiene lejos de los pobres porque sus opciones de vida implican prestar más atención a otros asuntos. Esta es una excusa frecuente en ambientes académicos, empresariales, profesionales e incluso eclesiales. Si bien puede decirse en general que la vocación y la misión propia de los laicos es la transformación de las distintas realidades terrenas, nadie puede sentirse exceptuado de la preocupación por los pobres y la justicia social. La conversión espiritual, la intensidad del amor a Dios y al prójimo, el celo por la justicia y la paz, el sentido evangélico de los pobres y de la pobreza son requeridos a todos (n. 201).

Quinto, es indispensable prestar atención a las nuevas formas de pobreza y fragilidad donde estamos llamados a reconocer a Cristo sufriente. De forma concreta, esto significa estar atentos a los sin techo; los toxicodependientes; los refugiados; los pueblos indígenas; los ancianos cada vez más abandonados; los migrantes (n. 210); las víctimas de la trata de personas (n. 211); las mujeres, doblemente pobres, que sufren situaciones de exclusión, maltrato y violencia (n. 212); los niños por nacer, que son los más indefensos (n. 213); y todos los seres frágiles de la creación que muchas veces quedan a merced de los intereses económicos o de un uso indiscriminado (n. 215).

Por otra parte, en una reciente entrevista, el papa Francisco no solo ha llamado a saber escuchar el clamor de los pobres, sino que ha alertado contra lo que, a su juicio, es la principal causa del empobrecimiento: la idolatría del dinero, la injusticia de las riquezas. En este sentido, ha afirmado que el dinero siempre es traicionero. Y ha parafraseado la visión que tenía san Ignacio sobre el tema: “Hay tres escalones que llevan a la perdición: el primero es la riqueza, el diablo mete la plata en el bolsillo; el segundo es la vanidad; y el tercero es el orgullo y la soberbia. Y de ahí a todos los demás pecados”. Cuando se llega a ese nivel de orgullo, enfatiza Francisco, “se es capaz de cualquier cosa. Lo hemos visto en los dictadores, los tiranos, los que se aprovechan de los demás, los explotadores (…) Eso es lo que yo ataco: el dinero que esclaviza a otros o no los deja crecer. O que sirve para engordarse a sí mismo, como se nos cuenta en la parábola del rico y Lázaro, del que vive ignorando que hay pobreza”. El imperativo de escuchar el clamor de los pobres, pues, nos encara con el desafío donde se juega la posibilidad de construir una nueva humanidad: introducir la compasión en la vida de todos, una compasión parecida a la de Dios.

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