Por Felipe Arizmendi Esquivel, obispo de San Cristóbal de Las Casas |

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Gran revuelo causó la expresión que usó el Papa Francisco, en un mensaje privado que envió por correo electrónico a un paisano suyo, en que le decía: “Ojalá estemos a tiempo de evitar la mexicanización. Estuve hablando con algunos obispos mexicanos y la cosa es de terror”. Con esto daba a entender que ojalá Argentina no cayera en las atrocidades que el narcotráfico ha causado en México, sembrando terror, violencia e inseguridad por todas partes.

Nuestra Secretaría de Relaciones Exteriores envió a la Santa Sede una nota diplomática de extrañamiento, pero ya se apaciguaron los ánimos y siguen las buenas relaciones. Sin embargo, el término usado por el Papa no debe extrañarnos. Hace años, hablábamos del peligro de que México se “colombianizara”, en el sentido de que nuestro país fuera invadido por el cáncer del narcotráfico, que azolaba a Colombia, dejando muerte, guerra, violencia e inseguridad en aquel querido país.

Por razones de servicio eclesial, yo tenía que viajar constantemente a Colombia y percibía cómo a los colombianos les dolía mucho y les incomodaba que se calificara a su país como el paraíso de los narcotraficantes, pero era un hecho comprobado. Hoy, por nuestra cercanía con Estados Unidos, el país donde más droga se consume, donde se trafica más con los enervantes, México se ha convertido en un paso arrollador de droga hacia ese país. Ese negocio tan macabro ha causado estragos en varios Estados de nuestra patria. En los territorios donde los “capos” dominan, imponen su ley, cobran impuestos como cuotas para poder vivir y trabajar, torturan, secuestran, violan, asesinan, decapitan a sus enemigos, los desintegran con sustancias químicas, los entierran en fosas clandestinas, corrompen a políticos y gobernantes, bajo amenaza de muerte para ellos y sus familias. En verdad, siembran terror.

México está contaminado, corroído y horrorizado por el narcotráfico. Su terrorífico poder nos ha invadido y se ha cimentado entre nosotros. Los obispos lo hemos denunciado varias veces; es explicable, entonces, que el Papa Francisco desee de todo corazón que su país no se “mexicanice”.

PENSAR

El 12 de noviembre de 2014, los obispos mexicanos expresamos: “¡Basta ya! No queremos más sangre. No queremos más muertes. No queremos más desparecidos. No queremos más dolor ni más vergüenza. Compartimos como mexicanos la pena y el sufrimiento de las familias cuyos hijos están muertos o están desaparecidos”.

Advertíamos que el problema social de violencia, narcotráfico, incertidumbre y corrupción no es nuevo, pues ya  “en el año 2010, en la exhortación pastoral ‘Que en Cristo nuestra paz, México tenga vida digna’, advertíamos sobre el efecto destructor de la violencia, que daña las relaciones humanas, genera desconfianza, lastima a las personas, las envenena con el resentimiento, el miedo, la angustia y el deseo de venganza; afecta la economía, la calidad de nuestra democracia y altera la paz.

Con tristeza reconocemos que la situación del país ha empeorado, desatando una verdadera crisis nacional. Muchas personas viven sometidas por el miedo, la desconfianza al encontrarse indefensas ante la amenaza de grupos criminales y, en algunos casos, la lamentable corrupción de las autoridades. Queda al descubierto una situación dolorosa que nos preocupa y que tiene que ser atendida por todos los mexicanos, cada uno desde su propio lugar y en su propia comunidad”.

ACTUAR

Lo que dijo el Papa nos cuestiona; pero, ¿qué hacer?

Reconocemos lo que nuestros gobernantes hacen por desarticular y finiquitar el gran poder económico, militar y político que tienen los narcotraficantes; sin embargo, todos hemos de asumir esta lucha, empezando por la educación humana y cristiana en la familia, porque allí es donde se aprenden los valores de la verdad, la justicia, el amor y la paz, y es allí también donde pueden germinar las semillas de la mentira, la idolatría del dinero fácil, la injusticia y la violencia. Salvemos a las familias, y salvaremos a México. Convirtámonos todos al camino de Jesús, escuchemos su Palabra y nos salvaremos todos.

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