Por Juan GAITÁN |

He planteado ya en varios de mis artículos que en la Iglesia existen tres «vocaciones específicas»: Sacerdocio, vida consagrada y laicado. Pero entonces, ¿las profesiones no son una vocación? ¿Qué pasa con eso que decimos de la vocación de ser maestro o enfermero?

Formas de vida

Para responder esto vayamos por pasos. Primero, hay que decir que cada una de las tres «vocaciones específicas» cuenta con formas o estados de vida: A los religiosos y religiosas les corresponde el celibato, a los sacerdotes el celibato (en la Iglesia católica) o también el Matrimonio (en la Iglesia oriental); y para la vida laical están la soltería, el Matrimonio e incluso la viudez.

Los laicos

Así pues, los laicos, además de encontrarnos en una forma de vida (soltero, casado, viudo), nos desempeñamos en algún oficio, profesión u ocupación. Nos dice la Iglesia:

«[Los laicos] están llamados por Dios, para que, desempeñando su propia profesión guiados por el espíritu evangélico, contribuyan a la santificación del mundo como desde dentro, a modo de fermento. Y así hagan manifiesto a Cristo ante los demás, primordialmente mediante el testimonio de su vida, por la irradiación de la fe, la esperanza y la caridad.» (Lumen gentium n. 31)

Podemos resumir de este párrafo que los laicos, desde su profesión, están llamados a a) santificar el mundo [construir el Reino de Dios en la tierra] a modo de fermento y 2) hacer manifiesto a Cristo mediante el testimonio de vida.

Dicho esto, cabe resaltar que los laicos difícilmente asumimos nuestro papel en el mundo como un «llamado» que Dios nos hace (los sacerdotes, en cambio, son bien conscientes del suyo), pero esto debe cambiar. Las dos tareas mencionadas no se refieren a lo que los laicos debemos «intentar», sino a la misión que nos corresponde, la cual deberíamos asumir como el objetivo principal de nuestra vida.

La profesión

El oficio, la profesión o la ocupación que desempeña cada laico, entonces, forma parte de su vocación, pero su vida «laical» no se reduce a «lo que hace» (más bien debe considerarse el «cómo lo hace»).

Una consecuencia grave que se ha desprendido de esta visión errada (el hombre es lo que hace) es el descarte de los ancianos por parte de la sociedad. Su vocación sigue estando tan viva como siempre, aunque ya no sean «productivos».

Por tanto, las profesiones (especialmente las de servicio: maestros, enfermeros, doctores, etc.) se pueden llamar «vocaciones» en un sentido amplio, en cuanto responden al llamado de construir el Reino de Dios aquí en la tierra. Esto no implica de ningún modo minimizar su importancia, sino reconocer que quien da la vida por sus alumnos, sus pacientes y las personas con las que trata día con día (directa o indirectamente, como en el caso de los periodistas), es un testimonio vivo del amor de Jesucristo.

En conclusión, se haga lo que se haga, el cristiano está llamado por Dios a llevar un tipo de vida tan entregado y amoroso como para que las personas que lo conocen puedan decir: «¡se me antoja vivir así!»

 

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