Por Fernando PASCUAL |
Un día de prisas, de tensiones, de luchas, de fracasos. El alma está ahogada en problemas que desgastan. El horizonte se hace pequeño. Falta aire.
De repente, un recuerdo, una música, un texto de la Biblia, un susurro del Espíritu Santo dentro de mí. Todo cambia.
Ha llegado un soplo de aire fresco. Así de sencillo y así de fuerte. Bastaba tan poco para ver la situación en la perspectiva verdadera: desde la mirada de Dios.
Porque Dios está presente en todo, en lo grande y en lo pequeño, en lo sencillo y en lo importante, en lo cotidiano y en lo extraordinario.
El horizonte, ahora, es casi infinito. Las cosas ocupan su sitio. La meta brilla y nos invita a la esperanza. Sabemos que tenemos un lugar preparado en la Casa eterna (cf. Jn 14,1-4).
Hay un nuevo oxígeno en mi mente y en mi corazón. Con energías nuevas reemprendo la vida cotidiana. Con menos angustia: este problema pasará. Con más confianza: quien lo decide todo es Bueno y Fiel, me ama, y me indicará qué es lo mejor para mí.
Este momento de gracia es maravilloso. Necesito conservarlo en mi memoria, sobre todo si pronto nuevas nubes de confusión, malas noticias, escándalos y apatías volverán a rodear mi existencia.
Tengo ahora, dentro de mí, una certeza: Dios está vivo, actúa siempre. No me dejará. Caminaré en medio de los valles tenebrosos con una paz indestructible, “porque Tú vas conmigo” (cf. Sal 23,4). He experimentado nuevamente que tu ternura y tu misericordia son eternas…