ENTRE PARÉNTESIS | Por José Ismael BÁRCENAS SJ |

Emeterio Payá Valera tenía 9 años cuando, en 1937, de su natal Barcelona marchó para ‘hacer las Américas’. Formó parte de aquel grupo de 456 niños que fueron recibidos en México por el Presidente Lázaro Cárdenas. Este grupo, conocido allá como los “niños españoles de Morelia”, formó parte de la oleada de migración republicana que tuvo que huir para sobrevivir. Es conmovedor e impresionante escuchar el testimonio de estos niños, ya de mayores, recordando aquellos años de subirse a trenes y barcos, de despedirse de sus familias y de su patria, y su llegada a otro país. Estas anécdotas aparecen en el documental sobre el exilio español en México: Los niños de Morelia. Emeterio después de 24.149 días fuera de casa, murió en 2003, en Morelia, siendo ya ciudadano mexicano.

Tengo una amiga centroamericana que, no hace mucho, salió de su país. La guerra había terminado, pero había crisis económica y un huracán habían dejando a la mayoría de la población en la miseria.Mi amiga tuvo que huir esquivando pandillas (también llamadas ‘maras’), cruzando selvas y fronteras, atravesando ríos nadando o en lancha, durmiendo poco y caminando mucho, por fin llegó a México. Estaba dormida cuando la despertaron los compañeros pues ya venía el tren, salieron corriendo y, al dar el salto, sus manos no tuvieron la fuerza para sostenerse y cayó. El tren -la bestia- le mutiló parte de una pierna. Así la conocí, convaleciendo. Así regresó a su país y nuevamente se encontró con la pobreza, la falta de oportunidades y la violencia. Volvió a migrar, tuvo mejor suerte al cruzar por México, aunque estuvo estancada varias semanas en Tijuana. Después de toda una odisea, digna de un documental, llegó a la tierra prometida. Desde EEUU esporádicamente nos escribimos vía Facebook.

En la Universidad de Comillas, entre pasillos, me encuentro a varios alumnos provenientes de América, también de varias partes de Europa que están en España por el programa Erasmus. Alumnos de intercambio que vienen una temporada y luego regresan. Serán otras circunstancias y por breve lapso de tiempo, pero de alguna manera también son migrantes.

Si nuestros ancestros no hubieran sido nómadas, estaríamos extintos como los dinosaurios. Migrar forma parte de la historia personal de muchos habitantes de nuestro planeta y no siempre el lugar que te vio nacer será el sitio donde digas adiós a esta vida. Se migra buscando mejores oportunidades de vida o se migra simplemente para no perder la vida. Se migra por una temporada o de manera definitiva. La mayoría de los migrantes buscan trabajo. Siempre ha ocurrido que a países con mayor prosperidad, estabilidad o certidumbre, acuden a buscar refugio los ciudadanos de países rotos por las guerras, la violencia, la corrupción o la pobreza. Es un drama lo que pasa en el Mar Mediterráneo y en las vías ferroviarias que atraviesan México rumbo a la frontera con Estados Unidos. ¿No podrían los países prósperos hacer una especie de programa Erasmus para trabajadores temporales?

Reconozco mi ingenuidad y desconocimiento de la problemática migratoria, pero qué triste es ver los noticieros: este alud de migrantes que quedan a merced de la rapiña de mafias, mutilados por el tren, debatiéndose entre morir ahogados en el naufragio o por inanición en el desierto.

El otro día que venía en el tren de Cercanías (Madrid), subió un migrante del África subsahariana, sacó su guitarra y se puso a cantar. No pude dejar de imaginar el viacrucis que debió sufrir para llegar aquí: caminar mucho y dormir poco, atravesar selvas y desiertos, subir a un pequeño barco atiborrado de gente, cruzar el mar y esquivar a los agentes de migración. Nuestro amigo canta una canción de Bob Marley que dice: «Don’t worry about a thing, ‘Cause every little thing gonna be all right!». Y pienso que no es cierto, que el asunto de la migración nos debe preocupar, y mucho, pues no siempre todo va a salir bien.

@elmayo

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