Uso de las nuevas tecnologías y del cine en la misión de la Iglesia|

Por Sergio GUZMÁN SJ |

El cine, los medios de comunicación social, las nuevas tecnologías no son ajenas a la Iglesia y su misión. De hecho, como dice el Concilio Vaticano II,  «Nada hay verdaderamente humano que no encuentre eco en su corazón» (GS 1). A lo largo de los siglos la Iglesia ha recurrido al arte, a las ciencias humanas, para representar y evocar lo trascendente; para provocar y convocar a una reflexión sobre el mundo, el hombre y Dios; para reconocer, actualizar y comunicar la buena nueva de Jesús; para tener una experiencia espiritual que nos mueva, inspire y dé sentido a nuestra vida. En ese mismo número de la Gaudium et spes podemos leer: «Los gozos y las esperanzas, las tristezas y las angustias de los hombres de nuestro tiempo, sobre todo de los pobres y de cuantos sufren, son a la vez gozos y esperanzas, tristezas y angustias de los discípulos de Cristo» (GS 1)

El cine, como todo arte, no es un retrato o copia de la realidad. Es creación o recreación de la vida, de lo que vemos, sentimos, creemos, soñamos o esperamos. El cine es, como diría Xavier Zubiri, realidad en ficción. Ese modo de realidad que tanto puede iluminar, por así decirlo, nuestra realidad real. El hombre siempre ha tenido necesidad de escuchar y contar historias de los antepasados, de los orígenes, de la vida cotidiana, de lo que nos trasciende. El cine no es sino una forma de contar historias. Historias -que si las sabemos ver con apertura y sentido crítico- mucho nos puede ayudar para reflexionar, analizar y entender la propia historia. La Iglesia -nos dice el Concilio Vaticano II-  «se siente íntima y realmente solidaria del género humano y de su historia (GS 1)».

Podemos ir todavía un poco más allá y afirmar, con el Papa san Juan Pablo II, que el «cine es vehículo de espiritualidad».  Lo cito textualmente: «Esta nueva forma de arte puede aportar muchos elementos valiosos al inagotable camino de búsqueda que el hombre realiza, ensanchando su conocimiento tanto del mundo que lo rodea como de su universo interior […]. También en las películas de argumento no explícitamente religioso es posible encontrar auténticos valores humanos, una concepción de la vida y una visión del mundo abiertas a la trascendencia […]. El cine es un medio particularmente adecuado para expresar el misterio inefable que rodea al mundo y al hombre» (Alocución en Roma el 1 de diciembre de 1997). Así, cuando vamos al cine o vemos una película entramos en relación con alguien que nos quiere contar una historia y a la vez -si nos adentramos con apertura y respeto- con la espiritualidad del realizador.

En la Exhortación Apostólica Evangelli Gaudium el Santo Padre Francisco nos invita no sólo a estar abiertos, sino a salir: «Hoy, en este ‘id’ de Jesús, están presentes los escenarios y los desafíos siempre nuevos de la misión evangelizadora de la Iglesia, y todos somos llamados a esta nueva ‘salida’ misionera» (EG 20). Y también a la creatividad: «La pastoral en clave de misión pretende abandonar el cómodo criterio pastoral del ‘siempre se ha hecho así’. Invito a todos a ser audaces y creativos en esta tarea de repensar los objetivos, las estructuras, el estilo y los métodos evangelizadores de las propias comunidades» (EG 33).

Ante esta exhortación y nuevo contexto me vuelvo hacer (y proponerles) las preguntas que me hice hace algunos años, cuando escribí un libro sobre este tema que nos ocupa: «¿Por qué no usar el cine en la catequesis, para reflexionar sobre la fe y los valores del Evangelio? ¿Por qué no ver el cine como una nueva parábola? ¿Por qué no recurrir al cine para descubrir ahí lo que hay de buena noticia, de experiencia, de esperanza, de humanidad?»

 

 

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