Por Antonio MAZA PEREDA |

Escribo en el día en que se cierra Sínodo sobre la vocación y la misión de la familia en la iglesia y en el mundo. Sin saber los resultados, los espero con alegría y confianza. Se ha hecho un esfuerzo extraordinario en su preparación y en su conducción. Se hizo una consulta a fondo, como posiblemente ninguna de los últimos tiempos. Y, además, tengo claro que el Sínodo es un cuerpo consultivo del Papa, el cuál ilustrará su criterio con los resultados del Sínodo y, en oración y con la iluminación del Espíritu Santo, nos dará el alimento que la Iglesia necesita en este momento. El mejor para nuestra situación. Nada menos.

Ahora, la gran pregunta es: ¿qué sigue? ¿Cómo aprovechar y aplicar este gran esfuerzo para el bien de las familias católicas y las de toda la humanidad? Yendo más allá del diagnóstico, ¿qué soluciones implementaremos? Vendrán largos debates, se esclarecerán puntos, se diseñarán medios y soluciones. Correrán ríos de tinta. O, como ha ocurrido en otras ocasiones, después de agotada la novedad, regresaremos a “lo de siempre” y la implementación se alargará de un modo que se antoja interminable. Como las indicaciones de Aparecida, de muchas encíclicas, del propio Concilio Vaticano II en algunos temas. O, si nos vamos más atrás, los conceptos de la Doctrina Social de la Iglesia.

Porque la implementación no depende de los teólogos, del clero o del episcopado. Ellos harán su tarea, pero no pueden hacer que se vuelva realidad. El tema está en manos de las propias familias. En manos de los seglares de a pie, no necesariamente las de los seglares organizados, de los movimientos, de los “comprometidos”.

En los grandes momentos de éxito de la Iglesia en medio de crisis importantes, no han sido los grandes documentos teológicos ni las declaraciones las que han cambiado las situaciones. Ha sido la respuesta de la feligresía, su “sensum fidei fidelium”, el sentido de la fe de los fieles, su adhesión callada y fiel a la enseñanza de Cristo. Es el Espíritu Santo inspirando a los miembros de la Iglesia, a todos, no solo al clero.

Ante un cambio cultural tan de fondo en el concepto de familia, no es de esperarse que sean los argumentos los que convenzan a los que ven la propuesta de familia de la Iglesia, como algo anticuado y superado. Ese debate, por racional que sea, no tiene muchas probabilidades de éxito. Mucho menos la argumentación basada en la Fe. Decir que Dios lo quiere, que el Papa lo afirma con su autoridad, no son argumentos suficientes. Y los temas que se están tratando, el tema de la familia y su situación, no son para que los adopten los “cercanos”. No basta con “predicar a los que ya están convencidos”. Se trata, nada menos, que de convencer al mundo entero de que la propuesta de Cristo para la familia, es la mejor. Y es la que más conviene a la naturaleza humana, por razones antropológicas, y hasta biológicas, psicológicas y sociales, independientemente de las razones religiosas.

En la gran crisis de los primeros años de la Iglesia encontramos la que, en mi opinión, es la respuesta a esta situación de tratar de ser familia en un mundo que ya no cree en nada. En esos primeros siglos, no eran los grandes teólogos ni las brillantes disertaciones las que atraían a los paganos a seguir un estilo de creer y de vivir exigente y, de hecho, peligroso. No eran las cuidadas organizaciones ni los eventos de gran impacto. Era algo más sencillo. El gran argumento que convencía a los paganos era decirse los unos a los otros, con gran asombro, cuando se hablaba de los cristianos, la frase: “Miren como se aman”. Y ese era el argumento de fondo para la conversión.

El gran argumento para convencer, primero a nuestros jóvenes católicos, luego a otros jóvenes y familias no creyentes, es que vean con asombro a muchas familias católicas y se digan unos a otros: “Miren como se aman”. Porque el gran hueco, el gran déficit de la humanidad en este momento es encontrar el modo de amar de veras. Inconscientemente lo desean, pero no ven modelos a seguir. Y, ciertamente, todos podemos cuestionarnos si amamos de un modo que siga el modelo de Jesus para la familia. Cuestionar si nuestro amor como familia convence sin palabras a un mundo que ya no cree en la familia. Ni en muchas otras cosas. Ni siquiera en el amor de verdad.

San Juan Pablo II, en un discurso en México, dijo una frase genial, que resume el gran reto de la familia de hoy. Una frase que es todo un programa. Que si la hubiéramos entendido y aplicado, hubiera hecho innecesario este Sínodo. La frase fue: “Familia, sé lo que eres”. Sé un lugar de amor. Sé un modelo de amarse los unos a los otros. Sé un espacio donde se pueda ser feliz, aún en medio de las mayores tragedias. Sé el lugar donde siempre podré llegar y encontrar sin duda que tengo un sitio, donde me quieren y me respetan. Donde puedan todos convencerse de que el Amor es posible.

@mazapereda

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