Por Joe Hastings | Misionero de Maryknoll |

El 2 de diciembre es un día importante en Santiago Nonualco, El Salvador. Aquí se encontraron los cuerpos de las cuatro religiosas estadounidenses que fueron violadas y brutalmente asesinadas hace 35 años. Las Hermanas de Maryknoll Maura Clarke e Ita Ford, la misionera laica Jean Donovan, y la Hermana Ursulina Dorothy Kazel murieron como muchos de los pobres a quienes servían, víctimas de los escuadrones de la muerte dirigidos por el gobierno militar, durante los 12 años de guerra civil que costó 75,000 vidas y desplazó a un millón de personas.

Cada año los misioneros de Maryknoll se reúnen con el pueblo salvadoreño para conmemorar el aniversario de las mártires en la capilla que construyeron sobre el lugar del asesinato. No sólo recuerdan a las mujeres que murieron allí, sino también se apoyan mutuamente para vivir el legado de fe que las mártires dejaron.

El Padre Paul Schindler, de la Diócesis de Cleveland, Ohio, recuerda cuando dio la bienvenida a Kazel y Donovan en 1978, en la parroquia de la Inmaculada Concepción en la ciudad de La Libertad, un año después que ellas llegaron a El Salvador para unirse al equipo misionero de Cleveland. Kazel entrenó catequistas y líderes comunitarios y condujo retiros para jóvenes. “Los feligreses de hoy hablan de esos retiros como el comienzo de su fe adulta”, dice Schindler, “y muchos de esos jóvenes hoy son líderes comunitarios”.

Candelaria García es una de ellos. Ella supervisa la formación de catequistas y líderes de las 22 pequeñas comunidades cristianas de la parroquia. “[La Hermana Dorothy] siempre estaba feliz de trabajar con los pobres. No hacía distinciones; ni le importaba si venías con zapatos o no. Ella decía: ‘Yo aprendo mucho sobre la vida gracias a los pobres. Ellos nos ayudarán a construir el reino de Dios’”, recuerda García. “Ella compartió su ministerio conmigo y ahora, yo comparto mi ministerio con los demás, tratando de ser fiel al corazón de la Madre”.

Por su parte, Donovan organizaba y distribuía alimentos que Caridades Católicas enviaba para familias necesitadas de la parroquia. “Todavía distribuimos ayuda alimentaria, pero ahora la gente de la parroquia dona la comida”, dice García.

García comenzó un grupo musical que hace poco lanzó su octavo CD con canciones religiosas. Una de ellas es sobre las cuatro mártires. “Recordar a esas mujeres es continuar su legado”, dice García. “Dejaron un ejemplo: que la fe no tiene vida si no está involucrada en la vida del pueblo”.

Las Hermanas de Maryknoll siguen inspirando a José Monge, 86 años, y su hija Mercedes, quienes trabajaron con ellas en Chalatenango. José, quien lideraba una de las comunidades de base donde Mercedes era líder de pastoral juvenil, recuerda que las Hermanas Ita y Maura y su compañera, la Hermana de Maryknoll Carla Piette, enseñaban educación religiosa y entrenaron a líderes comunitarios.

Durante la represión militar, las Hermanas ayudaron a los desplazados que huían de las montañas con nada más que la ropa que tenían puesta. “Un cristiano no podía quedarse parado con los brazos cruzados”, recuerda José, “teníamos que ayudar a las víctimas. No importaba de dónde venían”.

Monge se ocupó de las necesidades básicas de los refugiados con fondos que la Hermana Clarke le dejó mientras asistía a una conferencia en Nicaragua en noviembre de 1980. Pero tras su asesinato, él y su hija se convirtieron en refugiados también. “Los militares tenían los nombres de nuestros familiares en una ‘lista negra’. Tuvimos que huir”, dice Monge.

Él y su hija se reencontraron en la ciudad de Ilopango. Con el dinero de la Hermana Clarke, compraron tierras para ellos y otras seis familias desplazadas. Juntos organizaron la comunidad Santa María de la Esperanza. Con el tiempo construyeron una escuela, capilla, biblioteca y empezaron una granja y tienda cooperativas. Hoy en día, unas 75 familias viven allí.

Poniendo en práctica lo que aprendió con las Hermanas, Mercedes dice: “Paso de comunidad a comunidad para compartir el Evangelio con la gente y ayudar a organizar cooperativas. Es un trabajo duro, sin ningún tipo de pago. A lo largo del camino hay huérfanos y ancianos que necesitan alimentos. ¡Es exigente ser profeta en este país! El Evangelio es la lucha; es el mensaje de solidaridad”. Actualmente, la lucha por conservar el medio ambiente es el reto más difícil, dice ella, pero añade: “El espíritu de las Hermanas mártires nos ha fortalecido”.

Guadalupe Calderón, quien conoció a las cuatro religiosas, nombró a su agencia de servicio social Fundación para la Salud Natural de Niños y Mujeres Maura, Ita, Dorothy, Jean (FUSANMIDJ). En 1980, Guadalupe trabajó con las Hermanas de Maryknoll Madeline Dorsey y Barbara Noland en la ciudad de Santa Ana, donde entrenaron líderes parroquiales para organizar servicios sociales en sus comunidades. Las Hermanas Maura e Ita las visitaban desde Chalatenango.

“Todos trabajamos con personas afectadas por la violencia. Yo era joven y aprendí mucho”, recuerda Guadalupe. “Los escuadrones de la muerte de la década 1980 acabaron con todo eso, pero estábamos comprometidos con la solidaridad, pase lo que pase”. En su trabajo con huérfanos y refugiados, Calderón conoció a la Hermana Kazel y a la misionera Donovan, quienes llevaban provisiones a los orfanatos y centros de refugio.

Después de los acuerdos de paz en 1992, Calderón buscó formar una organización de apoyo a la mujer. “Yo quería seguir el trabajo que había aprendido de las Hermanas”, dice. En 1995, con ayuda de la Hermana de Maryknoll Lorena Beinkafner y de la misionera laica de Maryknoll Annette Mandeville, fundó FUSANMIDJ.

“Cuando iniciamos un nuevo proyecto, relatamos la historia de las mártires para contarle a la gente el porqué hacemos este trabajo, ¡y la gente entiende!” dice Calderón. Hoy en día el personal de FUSANMIDJ, cuatro mujeres, trabajan en comunidades rurales de El Salvador, organizando programas de educación, nutrición y salud pública.

“Nuestros mayores desafíos actuales son asegurar el financiamiento para los programas y enfrentar la violencia doméstica y de pandillas”, dice Calderón. “Los jóvenes son constantemente amenazados por las pandillas—para unirse a ellos y colaborar en los crímenes. Algunos jóvenes tienen que abandonar la escuela porque no pueden cruzar por el territorio de otra pandilla. Muchas familias amenazadas por la violencia salen del país, por lo que todavía lidiamos con desplazados 20 años después que terminó la guerra”.

Luego añade: “Espero que los lectores ayuden a que el legado de las mártires continúe, no sólo en El Salvador sino en todas partes. Espero que la gente no sólo lea esta historia, sino que busquen maneras para multiplicar el trabajo con mujeres y niños”.

El misionero laico de Maryknoll Joe Hastings, de Seattle, ha servido en El Salvador desde 2014.

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