Por Rodrigo Aguilar Martínez, Obispo de Tehuacán |

Llevamos ya varios meses del Año de la Misericordia, convocado por el Papa Francisco y que iniciamos el 8 de diciembre de 2015, en la Fiesta de la Inmaculada Concepción. Su clausura será el domingo 20 de noviembre, Fiesta de Cristo Rey.

Yo pregunto a usted: ¿Qué frutos nos ha dejado este Año de la Misericordia?

Espero que, entre otros frutos, sean los siguientes:

Que tengamos más en cuenta que el nombre de Dios es misericordia. Esto no significa que no se tengan en cuenta otros rasgos de Dios, sino que se integren en la misericordia. Decir que Dios es misericordioso, significa que no está lejos de nosotros, sino que toca a la puerta de nuestro corazón, es tiernamente amoroso, “lento para enojarse y generoso para perdonar”, nos ama con firme y cariñoso amor de Padre Bueno, hace fiesta por nuestro regreso a Él.

También que tengamos más en cuenta, como dice el lema, de ser “misericordiosos como el Padre”. Cristo Jesús nos da el ejemplo, pues es “rostro de la misericordia del Padre”, nos ha dado el máximo testimonio de amor dando la vida por nosotros, ha muerto en la cruz y, resucitado, vive para siempre.

Para ser misericordiosos como el Padre, imitando a Cristo Jesús, el Espíritu Santo nos ilumina, acompaña, conduce y sostiene.

Más concretamente, con la ayuda del Espíritu Santo ejercitemos las obras de misericordia corporales: por ejemplo dar de comer a quien tiene hambre, de beber a quien tiene sed, hospedar a quien no tiene casa, vestir al desnudo, atender al enfermo, al anciano, al migrante, visitar a los presos, acompañar a los familiares en el duelo por los difuntos, sea debido a enfermedad o a acción violenta. En síntesis, ser prójimos, o sea próximos, y generosos ante los desposeídos.

Ejercitemos también las obras de misericordia espirituales, por ejemplo: enseñar al que no sabe, corregir al que está equivocado, aconsejar a quien está confundido, confortar a quien está abatido, perdonar a quien nos ha ofendido, tener actitud de comprensión y bondadosa paciencia ante quien nos fastidia. En síntesis, tener un corazón magnánimo para aceptar y amar.

En resumen: terminará el Año de la Misericordia, pero que no termine la fe y esperanza agradecidas en un Dios constantemente misericordioso; y que no termine nuestra disposición de continuar siendo misericordiosos.

Por favor, síguenos y comparte: