“La clausura no es una solución” de los problemas planteados por los migrantes, “es más, termina por favorecer los tráficos criminales. La única vía es la de la solidaridad, solidaridad con el migrante, solidaridad con el forastero”. La solidaridad con quien está obligado a dejar la propia tierra el compromiso por “restituir la dignidad a quien la ha perdido”, como las mujeres víctimas de la trata, como obras de misericordia fue el tema del cual el Papa habló en la audiencia general de hoy.

A las cuarenta mil personas en la plaza de san Pedro, en una jornada por momentos lluviosa, Francisco, prosiguiendo con la descripción de las obras de misericordia corporal, comentó las palabras de Jesús: Era extranjero y me habéis acogido, estaba desnudo y me habéis vestido” (Mt 25, 35-36). “En nuestro tiempo -dijo- es más actual que nunca la obra que se refiere a los forasteros. La crisis económica, los conflictos armados y los cambios climáticos llevan a muchas personas a emigrar. Sin embargo, las migraciones no son un fenómeno nuevo, sino que pertenecen a la historia de la humanidad. Es una falta de memoria histórica pensar que ellas son algo propio de nuestro tiempo solamente”.

La Biblia nos ofrece muchos ejemplos concretos de migración. Basta pensar en Abrahán», en el pueblo de Israel y en la Sagrada Familia misma, que fue «obligada a emigrar para huir de las amenazas de Herodes».

«La historia de la humanidad es una historia de migraciones: en cada latitud, no existe un solo pueblo que no haya conocido el fenómeno migratorio.En el curso de los siglos hemos asistido a propósito a grandes expresiones de solidaridad, a pesar que no han faltado tensiones sociales. Hoy, el contexto de la crisis económica favorece lamentablemente el surgir de actitudes de cerrazón y de no acogida. “En algunas partes del mundo surgen muros y barreras. A veces parece que la obra silenciosa de muchos hombres y mujeres que, de diversos modos, se ofrecen para ayudar y asistir a los prófugos y a los migrantes sea opacada por el murmullo de otros que dan voz a un instintivo egoísmo. Pero la cerrazón no es la solución, al contrario, termina por favorecer los tráficos criminales. La única vía de solución es aquella de la solidaridad. Solidaridad … solidaridad con los migrantes, solidaridad con los forasteros…”

“El compromiso de los cristianos en este campo es urgente hoy como en el pasado. Para mirar sólo al siglo pasado, recordemos la estupenda figura de Santa Francisca Cabrini, que dedicó su vida junto a la de sus compañeras a los migrantes hacia los Estados Unidos de América. También hoy tenemos necesidad de estos testimonios para que la misericordia pueda alcanzar a tantos que se encuentran en necesidad. Es un compromiso que involucra a todos, ninguno excluido. Las diócesis, las parroquias, los institutos de vida consagrada, las asociaciones y movimientos, como también cada cristiano, todos estamos llamados a acoger a los hermanos y a las hermanas que huyen de la guerra, del hambre, de la violencia y de condiciones de vida deshumanos. Todos juntos somos una gran fuerza de ayuda para cuantos han perdido la patria, la familia, el trabajo y la dignidad».

«Hace algunos días, ha sucedido una pequeña historia, de ciudad. Había un refugiado que buscaba una calle y una señora se le acercó y le dijo: “¿Usted busca algo?”. Estaba sin zapatos, este refugiado. Y él dijo: “Yo quisiera ir a San Pedro para pasar por la Puerta Santa”. Y la señora pensó: “Pero, no tiene zapatos, ¿cómo iremos caminando?”. Y llamó un taxi. Para este migrante, aquel refugiado olía mal y el conductor del taxi casi no quería que subiera, pero al final lo dejó subir al taxi. Y la señora, junto a él. Y la señora le preguntó un poco sobre su historia de refugiado y de migrante;  en el recorrido del viaje, los diez minutos para llegar hasta aquí. Este hombre narró su historia de dolor, de guerra, de hambre y por qué había huido de su Patria para migrar aquí”.

Cuando llegaron, la señora abrió la cartera para pagar al taxista y el taxista, el hombre, el conductor que al inicio no quería que este migrante subiera porque olía mal, le dijo a la señora: “No, señora, soy yo quien debo pagar a usted porque usted me ha hecho escuchar una historia que me ha cambiado el corazón”. Esta señora sabía que cosa era el dolo de un migrante, porque tenía sangre armenia y sabía el sufrimiento de su pueblo. Cuando nosotros hacemos una cosa de este tipo, al inicio nos negamos porque nos da un poco de incomodidad, “pero, huele mal…”. Pero al final, la historia nos perfuma el alma y nos hace cambiar. Piensen en esta historia y pensemos que cosa podemos hacer por los refugiados.

Y la otra cosa es vestir a quien está desnudo: ¿no quiere decir otra cosa que restituir la dignidad a quien lo ha perdido? Ciertamente dando de vestir a quien no tiene; pero pensemos también en las mujeres víctimas de la trata arrojadas a las calles, o a los demás, modos de usas el cuerpo humano como mercancía, incluso de los menores. Y así también no tener un trabajo, una casa, un salario justo es una forma de desnudez, o ser discriminado por la raza o per la fe, son todas formas de “desnudez”, ante las cuales como cristianos estamos llamados a estar atentos, vigilantes y listos a actuar.

Y concluyó su catequesis pidiendo “que no caigamos en la trampa de encerrarnos en nosotros mismos, indiferentes ante las necesidades de los hermanos y preocupados solamente por nuestros propios intereses”

“Es justamente en la medida en la cual nos abramos a los otros que la vida se vuelve fecunda. Las sociedades readquieren la paz y las personas recuperan su plena dignidad. Y no se olviden de aquella señora, de aquel migrante que olía mal y no olviden a aquel chofer al cual aquel migrante había cambiado el alma”.

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