ENTRE PARÉNTESIS | José Ismael BÁRCENAS SJ |

En estos días tuve la oportunidad de acompañar a José María Rodríguez Olaizola en las pláticas que dio en varias ciudades del norte de México. JoseMari es muy conocido por sus libros y por Rezandovoy, por lo mismo, a donde iba había que meter más sillas en los respectivos auditorios. El tema de la charla es atrayente (danzar con la soledad), todos estos motivos hicieron que fuera muy nutrida la participación y asistencia.

Es de valorar el arduo trabajo realizado por los Centros de Espiritualidad Ignaciana de estos lugares, llevados en su mayoría por laicas y laicos entusiastas y comprometidos en compartir la fe y el modo de proceder al estilo de Ignacio de Loyola. Gracias a ellos la convocatoria fue masiva, extendiéndose en redes sociales y diferentes medios.

En Guadalajara, en Casa Loyola, pronto se vendieron los boletos y se agregaron sillas ante la demanda. Entre el público hubo religiosas y religiosos, sacerdotes diocesanos, gente que acostumbra participar en las actividades de este Centro, amigas y amigos de jesuitas, jesuitas estudiantes de filosofía y ‘tercerones’ (última etapa de formación en la Compañía de Jesús) y gente que anda en búsqueda y el tema les llamó la atención. También ahí andaba Martín Valverde, famoso músico católico. Al final de la charla, varias de las preguntas del público fueron dedicadas no tanto al debate de alguna idea, sino a la persona de JoseMari en la línea de: “¿Cómo vives la soledad?”.

Monterrey es una de las ciudades donde los jesuitas no tiene colegio, ni parroquia, ahí se encuentra el Centro Cultural Loyola, similar a los Centros Fe-Cultura que hay en España. En la década de los 70´s, después de ciertas problemáticas, la Compañía salió de esta ciudad, pero continuó la presencia a través de laicos que se organizaron e invitaban a jesuitas para que dieran conferencias y talleres. Hasta hace pocos años la Compañía regresó y volvió a abrir una comunidad. La conferencia de JoseMari llenó el auditorio y, al final, mucha gente fue a tomarse una selfie con él, agradeciendo su charla y comentarle que escuchaban Rezandovoy.

En Saltillo, hace tiempo la Compañía tuvo colegio, internado y atendía el templo de San Juan Nepomuceno, en el centro de la ciudad. Hoy no hay jesuitas, pero la amistad sigue y un grupo de laicas y laicos, que entre ellos se llaman ‘los loyolos’, llevan adelante la Casa Loyola. Aquí, jesuitas de varias partes de México y del mundo vienen con frecuencia a dar pláticas y cursos. También aquí JoseMari reunió a más de 300 personas en su charla.

Torreón es de las ciudades en donde hay más presencia de la Compañía de Jesús en México. Hay parroquia, colegio, universidad y centro de espiritualidad –con casa de ejercicios-, por lo mismo, había una gran expectativa por la conferencia y pronto se acabaron los boletos. Dada la demanda, se le pidió a JoseMari que, aparte de la charla, tuviera un momento de oración. La capilla de Casa Iñigo se llenó, JoseMari guió la oración ayudándose de la lectura de algunas partes del Evangelio, agregando comentarios y cantos. Me llamó la atención cómo la gente coreaba el estribillo: “en mi debilidad, me haces fuerte”, y tanto al final de este momento, como al final de la charla, vi ese brillo que dejan las lágrimas serenas, esas que provienen del agradecimiento, en la mirada que entre crucé con varios.

JoseMari tiene la capacidad de hablar de manera sencilla y profunda al compartir su fe. En sus charlas entrelaza experiencias con reflexiones. Sabe compartir, desde el corazón, los dolores e incertidumbres que han marcado su historia, también habla de la confianza y esperanzas que lo sostiene. No se presenta como el sacerdote que tiene las respuestas a todas las preguntas, más bien deja cuestionamientos para que, quien lo escucha, se quede reflexionando. Creo que a esto se debe lo copioso de la gente que acudimos a sus charlas y de muchos que escuchamos Rezandovoy. Por cierto, una de las frases que me llevo de la conferencia y a la que sigo dando vueltas es esta: “solo, lo que se dice solo, no es la soledad de quien no tiene a alguien que lo ame, sino la soledad de quien no ama a nadie”.

Me parece que, en la actualidad, hay hambre de percibir y experimentar, en lo cotidiano, la presencia misericordiosa y cercana del Dios de Jesús. La espiritualidad ignaciana tiene mucho que aportar al respecto, pues es un buen puente de encuentro con Jesús y su proyecto de Reino. Hay hambre de mensajes que, ante las adversidades de la vida y desde la fe, den esperanza, sentido y apertura a la Trascendencia.
@elmayo

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