La Iglesia «no se anuncia a sí misma, anuncia a Cristo; no se lleva a sí misma, lleva a Cristo». Así lo afirmó Francisco hoy en su encuentro con los peregrinos antes de la oración del Ángelus en la plaza de San Pedro, al comentar el Evangelio de este domingo (Segundo del año A, Jn 1,.29 a 34), en la que Juan el Bautista señala a Jesús como «¡el Cordero de Dios, que quita el pecado del mundo!». Después de la oración mariana, el Papa también recordó que hoy es el Día Mundial del emigrante y del refugiado, que este año tiene como tema «Migrantes menores, vulnerables y sin voz.»

El Papa se detuvo por un largo tiempo en la descripción de la escena del Evangelio. «Jesús se apareció en la orilla del río, en medio de las personas, a los pecadores – como todos nosotros -. Es su primer acto público, lo primero que hace cuando sale de la casa de Nazaret, a los treinta años: desciende a Judea, va al Jordán, y fue bautizado por Juan. Sabemos lo que sucede – lo celebramos el domingo pasado -: el Espíritu Santo desciende sobre Jesús en forma de paloma, y ​​la voz del Padre lo proclama Hijo amado (cf. Mt 3,16-17). Es la señal que Juan estaba esperando. ¡Es él! Jesús es el Mesías. Juan está desconcertado, ya que se produjo de una manera impensable: entre los pecadores, bautizados como ellos, de hecho, para ellos. Pero el Espíritu ilumina a Juan y le hace saber que así se cumple la justicia de Dios, que cumple su plan de salvación: Jesús es el Mesías, el Rey de Israel, pero no con el poder de este mundo, sino como el Cordero de Dios, que toma sobre sí mismo y quita el pecado del mundo. Así Juan lo indica a la gente y a sus discípulos. Porque Juan tenía un gran círculo de discípulos, que lo había elegido como su guía espiritual, y sólo algunos de ellos se convertirán en los primeros discípulos de Jesús».

«Queridos hermanos y hermanas -, continuó – ¿por qué nos detenemos mucho en esta escena? ¡Porque es decisiva! No es una anécdota, es un hecho histórico decisivo. Es decisivo para nuestra fe; y también es decisiva para la misión de la Iglesia. La Iglesia, en todas las épocas, está llamado a hacer lo que hizo Juan el Bautista, indicar a Jesús a la gente diciendo: «¡He aquí el Cordero de Dios, que quita el pecado del mundo!» Él es el único Salvador, Él es el Señor, humilde, entre los pecadores, pero él no es otro poderoso …. Y estas son las palabras que nosotros los sacerdotes repetimos todos los días, durante la misa, cuando les presentamos a la gente el pan y el vino que se convierten en el Cuerpo y la Sangre de Cristo. Este gesto litúrgico es toda la misión de la Iglesia, que no se anuncia a sí misma. Ay, ay, cuando la Iglesia se proclama a sí misma: pierde la brújula, no sabe a dónde va. La Iglesia anuncia a Cristo; no se lleva a sí misma, lleva a Cristo. Debido a que es Él y sólo Él el que salva a su pueblo del pecado, lo libera y lo guía a la tierra de la verdadera libertad.

La Virgen María, Madre del Cordero de Dios, ayúdanos a creer en él y seguirlo».

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