Por Carlos Ayala Ramírez | UCA | El Salvador |

Recientemente se dio a conocer el mensaje del papa Francisco para la quincuagésima primera Jornada Mundial de las Comunicaciones Sociales. El propósito, según lo declara el obispo de Roma, es exhortar a todos a una comunicación constructiva que, rechazando los prejuicios contra los demás, fomente una cultura del encuentro que ayude a mirar la realidad con auténtica confianza.

El mensaje parte de una constatación:

Gracias al desarrollo tecnológico, el acceso a los medios de comunicación es tal que muchísimos individuos tienen la posibilidad de compartir inmediatamente noticias y de difundirlas de manera capilar. Estas noticias pueden ser bonitas o feas, verdaderas o falsas.

Esta constatación tiene como presupuesto un conjunto de características propias de Internet. Como sabemos, la actual configuración tecnológica implica una comunicación instantánea, inmediata, mundial, descentralizada, interactiva, capaz de extender ilimitadamente sus contenidos y alcance. De ahí que se hable de un sistema igualitario, en el sentido de que cualquiera que posea el equipo necesario y modestos conocimientos técnicos puede tener una presencia activa en el ciberespacio, anunciar su mensaje al mundo y pedir ser oído. Aun así, existen aspectos problemáticos. Por ejemplo, el papa ha señalado que la velocidad con que se suceden las informaciones supera nuestra capacidad de reflexión y de juicio, y no permite una expresión mesurada. Más todavía: aclara que la variedad de las opiniones expresadas puede ser percibida como una riqueza, pero también es posible encerrarse en una esfera hecha de informaciones que solo corresponden a nuestras expectativas e ideas, o incluso a determinados intereses políticos y económicos.

Problemática es también la situación de quienes están excluidos de la nueva tecnología de la comunicación. Hay una brecha digital que aún persiste. Un informe de 2015 indica que solo el 34% de los hogares en países empobrecidos tiene acceso a Internet, menos de la mitad en comparación con los hogares de países ricos (81%).

Pero volvamos a la idea fuerza del mensaje, ahora formulada en términos de pregunta: ¿cómo se puede poner la comunicación al servicio de una auténtica cultura del encuentro? Lo primero es situarnos en la dramática realidad de desencuentro que caracteriza al mundo. Francisco ha sido reiterativo al señalar que la sociedad actual sufre numerosas formas de exclusión, marginación y pobreza, así como conflictos en los que se mezclan causas económicas, políticas, religiosas e ideológicas. Frente a esta realidad, el papa sostiene que los medios de comunicación pueden ayudar a que nos sintamos más cercanos los unos de los otros, a que percibamos un renovado sentido de unidad de la familia humana que nos impulse a la solidaridad y al compromiso por una vida más digna para todos.

En esa línea, en su mensaje plantea que es necesario romper el círculo vicioso de la angustia y frenar la espiral del miedo, fruto de la costumbre de centrarse en las “malas noticias” (guerras, terrorismo, escándalos y cualquier tipo de frustración en el acontecer humano). Aclara que no se trata de ignorar el drama del sufrimiento ni de caer en un optimismo ingenuo que no se deja afectar por el escándalo del mal. Por el contrario, la cultura del encuentro, según Francisco, pasa por que todos tratemos de superar ese sentimiento de disgusto y de resignación que con frecuencia se apodera de nosotros, arrojándonos en la apatía, generando miedos o dándonos la impresión de que no se puede frenar el mal. Pasa, además, por la búsqueda de un estilo comunicativo abierto y creativo, que no dé todo el protagonismo al mal, sino que trate de mostrar las posibles soluciones, favoreciendo una actitud responsable en los receptores de la noticia.

Ahora bien, ¿cómo se manifiesta la “proximidad” en el uso de los medios de comunicación y en el nuevo ambiente creado por la tecnología digital? En otro de sus escritos, el papa nos da una respuesta explícita. Afirma que la parábola del buen samaritano es también una parábola del comunicador. En efecto, explica, quien comunica se hace prójimo, cercano. El buen samaritano no solo se acerca, sino que se hace cargo del hombre medio muerto que encuentra al borde del camino. Jesús invierte la perspectiva: no se trata de reconocer al otro como mi semejante, sino de ser capaz de hacerme semejante al otro. En este contexto, comenta el pontífice, comunicar significa tomar conciencia de que somos humanos, hijos de Dios. Por el contrario, cuando la comunicación tiene como objetivo preponderante inducir al consumo o a la manipulación de las personas, nos encontramos ante una agresión violenta como la que sufrió el hombre apaleado y abandonado por los bandidos.

Desde ese ejemplo, el papa sostiene que no basta con pasar por las “calles” digitales, es decir, simplemente estar conectados. Es necesario que la conexión vaya acompañada de un verdadero encuentro. Y recuerda que el mundo de los medios de comunicación no puede ser ajeno de la preocupación por la humanidad, sino que está llamado a expresar solidaridad. En consecuencia, la red digital puede ser un lugar rico en humanidad: no una red de cables, sino de personas. Rememora también una dimensión propia del ser humano: su historicidad. En este sentido, afirma que la vida humana no es solo una crónica aséptica de acontecimientos, sino que es historia, una historia que espera ser narrada mediante la elección de una clave interpretativa que sepa seleccionar y recoger los datos más importantes. Clave que supere la lógica según la cual la noticia buena es la que causa impacto, lo que convierte en espectáculo el drama del dolor y el misterio del mal. Clave que, en definitiva, produzca proximidad.

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