Fiesta de la Presentación del Señor |

REPORTAJE | El Observador |

Este 2 de febrero estamos celebrando la fiesta de la Presentación del Señor. El Papa Francisco ha recordado que esta fiesta en Oriente se llama “del encuentro”, puesto que en la liturgia de ese día se dice, al inicio, que Jesús va al encuentro de su pueblo: “es el encuentro entre Jesús y su pueblo; cuando María y José llevaron a su niño al Templo de Jerusalén, tuvo lugar el primer encuentro entre Jesús y su pueblo, representado por los dos ancianos Simeón y Ana”.

El Santo Padre ha invitado a contemplar “el encuentro con el viejo Simeón, que representa la espera fiel de Israel y el júbilo del corazón por el cumplimiento de las antiguas promesas”; a la vez que admiramos también “el encuentro con la anciana profetisa Ana, que, al ver al Niño, exulta de alegría y alaba a Dios. Simeón y Ana son la espera y la profecía, Jesús es la novedad y el cumplimiento: Él se nos presenta como la perenne sorpresa de Dios; en este Niño nacido para todos se encuentran el pasado, hecho de memoria y de promesa, y el futuro, lleno de esperanza”.

En otras ocasiones, al referirse al pasaje evangélico de la Presentación del niño Jesús al Templo, el Papa Francisco ha invitado a contemplar la escena focalizando los brazos de María: “Lo lleva al Templo, lo lleva al pueblo, lo lleva a encontrarse con su pueblo. Los brazos de su Madre son como la “escalera” por la que el Hijo de Dios baja hasta nosotros, la escalera de la condescendencia de Dios”. Y habla de que el camino de Jesús es el doble: “bajó, se hizo uno de nosotros, para subirnos con Él al Padre, haciéndonos semejantes a Él”.

Y nos recuerda que este movimiento lo podemos contemplar en nuestro corazón imaginando la escena del Evangelio: “María que entra en el templo con el Niño en brazos. La Virgen es la que va caminando, pero su Hijo va delante de ella. Ella lo lleva, pero es Él quien la lleva a Ella por ese camino de Dios, que viene a nosotros para que nosotros podamos ir a Él”.

¿Presentación del Señor o Día de la Candelaria?

Popularmente, el 2 de febrero, es conocido como el Día de La Candelaria, que debe su nombre a la forma de la celebración litúrgica del misterio cristiano que le dio origen: la presentación de Jesús. Respecto a ella dice el Obispo san Sofronio:

Corramos todos al encuentro del Señor […] nadie deje de participar en este encuentro, nadie deje de llevar su luz. Llevemos en nuestras manos cirios encendidos, ya para significar el resplandor divino de Aquél que viene a nosotros […] ya, sobre todo, para manifestar el resplandor con que nuestras almas han de salir al encuentro de Cristo”.

Fueron estos cirios, velas o candelas, los que dieron el nombre a la celebración. Es innegable que la fiesta popular se ha colocado por encima de la fiesta litúrgica, como sucede con otras festividades.  Aunque habrá que reconocer que esta celebración, entre el pueblo más secularizado, sigue manteniendo vínculos con su origen.

La Candelaria, ¿en peligro de extinción?

Hay algunos estudiosos del tema de las tradiciones católicas del pueblo mexicano, que señalan que ésta, la de La Candelaria, está en peligro de extinción. No se refieren al aspecto litúrgico, que goza de buena salud, sino al aspecto de tradición. Por ejemplo, fray Eulalio Hernández, lingüista, cronista y teólogo franciscano de Querétaro, señala que en muchos pueblos de fuerte raigambre católica se han ido perdiendo tradiciones –llenas de muchos elementos simbólico-vitales– porque se han ido vaciando de significados.

El mismo fraile indica que él entiende por tradición “la transmisión de costumbres colectivas hecha por cada una de las generaciones a la que le sigue, durante una etapa significativa del pasado a nuestros días, si es que la tradición vive todavía. Es transmisión porque con la práctica da a conocer  a las nuevas generaciones costumbres que se quiere que amen y adopten. Las costumbres transmitidas son colectivas porque pertenecen a una sociedad o, al menos, a un grupo significativo de ella”.

También indica que gracias a Dios nuestras tradiciones son buenas, aunque, claro, se pueden mejorar, pues nos dignifican e identifican. “Nos dignifican porque expresan lo humano, lo valioso que hay en nuestras personas, lo afianzan y lo cultivan. Nos identifican porque nos ayudan  a situarnos dentro de nuestro contexto étnico o racial y cultural, nos ayudan a conocerlos, amarlos y asimilarlos”.

Fray Eulalio subraya que muchas de nuestras tradiciones siguen vivas y auténticas. “Unas porque se practican, y se tiene conciencia de lo significativo que son para nosotros. Auténticas porque a pesar de la ‘contaminación’ cultural, de la adopción indiscriminada de elementos de culturas ajenas, no las hemos alterado ni transformado en otras, sino que siguen siendo expresión de nuestra idiosincrasia, de nuestro modo peculiar de ser, pensar y actuar.

La Candelaria es una tradición de la gente de muchas poblaciones en México. Como tal, en su aspecto más generalizado es el complemento de la fiesta tradicional del 6 de enero, día en que partimos la “rosca”, en cuyo interior hay una pequeña imagen del Niño Jesús, que compromete a quien le toque a que dé los tamales con su respectivo atole de “cáscara de cacao”, el día 2 de febrero, el día de la Candelaria. Día, además, en que se lleva a Misa la imagen del Niño Dios que se puso en el nacimiento y se levanta o quita éste.

El padre Eulalio Hernández recuerda que, junto a otros aspectos de tradición del 2 de febrero que en buena parte sobreviven en muchos lugares rurales y semi-rurales de México, está la bendición de las semillas y demás materias para el cultivo de la agricultura y la jardinería.

El franciscano dice que la bendición de las semillas es el aspecto de la tradición que más débil está, el que agoniza si es que aún vive, pues ya casi nadie lo realiza, debido, en gran parte, a que las tierras de cultivo, las huertas y los jardines están desapareciendo porque se les da otro uso. Tal vez haya otras causas de su desaparición como la orientación de las fuerzas laborarles a actividades distintas de la agricultura, a la secularización o desacralización de nuestras actividades.

El fraile denuncia que al extinguirse este aspecto tradicional de la festividad de La Candelaria “pone de manifiesto nuestra falta de amor a la naturaleza, nuestro poco interés por el resto de la creación, a la que hemos devaluado en nuestra estima, a pesar de que con ella compartimos el ser resultado de la obra creadora y conservadora de Dios”.

 

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