Por Felipe MONROY |

Nadie como el escritor Samuel Beckett (Esperando a Godot, Final de Partida) para reconocer que aun en el más profundo nihilismo, en el terrible aislamiento o el aparente vacío hay espacio para la compasión: “En el paisaje de la extinción, la precisión está al lado de la piedad”, dice una de sus irónicas y lúgubres sentencias.

Sin embargo, aquello expresado por Beckett es en realidad saber andar por las periferias geográficas y existenciales del hombre, con asertividad y misericordia aun cuando parezca que algo dentro o fuera de nosotros se derrumba. Ese ha sido la incesante petición del papa Francisco a sus obispos que representan a la iglesia católica alrededor del mundo: abandonar los espacios y las actividades donde priva la comodidad; reflexionar sobre si todo aquello que tradicionalmente se hace sólo satisface las necesidades y el orgullo propios o si también explora con la luz de la verdad ese profuso horizonte de incertidumbres.

¿Habrá pastores en México que estén pensando en esto? ¿Cómo reconocer a quienes van abriéndose espacio con nuevos discursos y narrativas en un moderno tejido de la fe? Creo, ateniéndome a mi falible juicio, que sí hay católicos quienes, con honestidad, se preguntan cómo andar por esas orillas del alma y de la vida humana; y que, siguiendo el consejo de Albert Einstein hacen suya la convicción de que “si buscamos resultados distintos no podemos hacer siempre lo mismo”.

Pero esta es la pregunta central: ¿Esta inquietud ha permeado en el colegio episcopal mexicano? ¿Qué tanto ha madurado entre los obispos y las estructuras eclesiales de México la convicción de un ‘nuevo estilo’ ante el carácter que ya ha impreso este siglo en la sociedad y cultura contemporáneas?

Esto puede llegar a ser importante para quienes tienen la responsabilidad de influir y configurar el próximo horizonte episcopal en México; en el cual el relevo de la sede metropolitana de la Ciudad de México –como hemos dicho en las otras entregas– juega un papel definitorio.

Más allá de aquellos candidatos a suceder al cardenal Norberto Rivera Carrera que parecen ir en caballo de hacienda o de los perfiles que abren su juego con una participación diferente en el ambiente popular debemos hablar de aquellos personajes que hacen cosas distintas tanto en los salones de la interacción global como en los márgenes de un mundo invisible.

Pongamos el ejemplo de Gerardo Alonso Garza Treviño, obispo de Piedras Negras (Coahuila), este obispo ha sido representante del episcopado mexicano en tres sínodos consecutivos convocados por el Papa (primero elegido por sus homólogos y luego invitado personalmente por Francisco). En el salón Paulo VI en Roma, frente a las representaciones mundiales de la colegialidad católica, Garza no se destacó por exponer un sólido discurso teológico-doctrinal-moral-disciplinar perfecto sino por llevar hasta los oídos de cada cultura en el orbe, el relato intimísimo de un niño y de sus padres, de su inocencia y sus dudas, de lo poco que el manual tradicional puede darle a alguien que vive tales tribulaciones pero lo mucho que un católico puede hacer para abrazar, consolar y acompañar esas realidades.

Garza además ha desarrollado con ingenio y creatividad un ministerio episcopal sencillo y ordenado en la frontera norte. Su proximidad a la cultura norteamericana y su comprensión por las nuevas comunidades, así como su notable disposición por el permanente aprendizaje, lo perfila como un pastor que puede dar mucha lucidez al nuevo panorama eclesial que requiere México.

¿Podría Garza llegar a ser arzobispo de México? El manual dice que no. Y, aunque hay que estar abiertos a las sorpresas; en el fondo, lo importante es que experiencias tan sensibles como las de él permeen en el mapa nacional independientemente del lugar de su residencia.

Miremos alguien más: Gustavo Rodríguez Vega, actual arzobispo de Yucatán. Originario de Monterrey, fue obispo durante ocho años de la también fronteriza diócesis de Nuevo Laredo. Su trabajo de gobierno a ras de suelo (y en medio de una de las más dolorosas crisis de violencia en el país) estuvo armonizado con un servicio en la dimensión social de la iglesia. Su papel al frente de la Comisión Episcopal de Pastoral Social simplemente es un parteaguas en la comprensión de la estrecha relación de los valores cristianos que fundamentan la iglesia católica con las diferentes búsquedas de paz, justicia y dignidad de la realidad mexicana. Así, para construir procesos de paz que a México aún le apremian, Rodríguez Vega conjuntó el llamado moral con la articulación práctica de experiencias de paz en otras naciones como Colombia; para denunciar la inmoral agresión del hombre contra la Creación, hizo estudiar y divulgar el grave deterioro de la tierra con bases científicas; y, para evidenciar el abuso sistemático de los pobres y los marginales, también colocó la mirada de los pecados con el prójimo.

Sin embargo, un par de gestos el día de su toma de posesión como arzobispo de Yucatán revelan su sensibilidad a la nueva época que se abre: el quiebre de su voz al recordar a la grey que despedía y con la cual conservó la esperanza aun en medio de la avasallante violencia en Nuevo Laredo era imposible de fingir, habla de honestidad y de vulnerabilidad, de hacerse uno con el prójimo más allá de los discursos. Y uno más: aunque marginales y pequeños, en las fronteras de Yucatán aún hay pueblos originarios que conservan la lengua mayense; Rodríguez Vega les dirigió en su idioma un mensaje de cercanía. Antes de llegar con su nuevo pueblo, se dio tiempo para ellos, para estudiar algo de su lenguaje y cultura, practicó la pronunciación varias horas o varios días quizá. Ese es el grado de compromiso que se espera de un pastor.

¿Podría Rodríguez Vega llegar a ser arzobispo de México? Llegó apenas en julio del 2015 a Yucatán  y el manual dice que no, pero –como dije- podría haber sorpresas e, incluso si no, el próximo arzobispo de México deberá tomar en cuenta esto que se vivió aquella tarde en Mérida.

Junto a estos dos casos hay muchos otros ejemplos: Sigifredo Noriega, de Zacatecas; José María Huerta, de El Salto; Eduardo Cervantes, de Orizaba; Fidencio López, de San Andrés Tuxtla, Héctor Luis Morales, de Nezahualcóyotl; etcétera. Cada uno, con su personalidad propia ha comprendido cómo interactúan los temas centrales de su fe y la doctrina con las realidades periféricas en las urbes y en el alma de sus congéneres.

“Hay un paisaje eterno, una geografía del alma; buscamos sus contornos toda nuestra vida”, escribió la escritora irlandesa Josephine Hart y así parece describir en una bellísima línea el sentido de andar por las periferias geográficas y existenciales, un trabajo que tendrá que asumir la iglesia en la ruta de una cultura transformándose a velocidades vertiginosas.

@monroyfelipe

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