Jesús «no es un soñador que siembra ilusiones, ‘ no es un profeta «new age», un vendedor de humo, todo lo contrario: es un Mesías bien definido, con la fisonomía concreta del siervo, el siervo de Dios y del hombre que va a la pasión; es el gran Paciente del dolor humano». Es el centro de la homilía que el Papa Francisco ha proclamado hoy en la misa del Domingo de Ramos en San Pedro. Entre los más de 40.000 fieles y peregrinos, hay muchos jóvenes. Este domingo coincide con el 32ma Jornada Mundial de la Juventud (JMJ), que este año se celebra a nivel diocesano, que tiene como tema “Grandes cosas ha hecho por mí el Todopoderoso”. El sábadol Papa ha celebrado la vigilia de la Jornada en la basílica de Santa María Mayor.

La celebración tuvo su inicio en el obelisco situado en el centro de la plaza, donde se leyó el Evangelio de la entrada de Jesús en Jerusalén y se bendijeron las palmas y ramas de olivo que los jóvenes han agitado a lo largo de la procesión hasta el altar en el atrio . En la homilía, el Papa recordó: «El Evangelio que se ha proclamado antes de la procesión (cf. Mt 21,1-11) describe a Jesús bajando del monte de los Olivos montado en una borrica, que nadie había montado nunca; se hace hincapié en el entusiasmo de los discípulos, que acompañan al Maestro con aclamaciones festivas; y podemos imaginarnos con razón cómo los muchachos y jóvenes de la ciudad se dejaron contagiar por este ambiente, uniéndose al cortejo con sus gritos. Jesús mismo ve en esta alegre bienvenida una fuerza irresistible querida por Dios, y a los fariseos escandalizados les responde: «Os digo que, si estos callan, gritarán las piedras» (Lc 19,40).»

Pero el Domingo de Ramos tiene un «doble sabor, dulce y amargo, es alegre y doloroso», recuerda la entrada triunfal en Jerusalén y su pasión. Por lo tanto, añade el Papa, mientras que «también nosotros festejamos a nuestro Rey, pensamos en el sufrimiento que Él tendrá que padecer en esta Semana. Pensamos en las calumnias, los ultrajes, los engaños, las traiciones, el abandono, el juicio inicuo, los golpes, los azotes, la corona de espinas… y en definitiva pensemos en el vía crucis, hasta la crucifixión. Él lo dijo claramente a sus discípulos: «Si alguno quiere venir en pos de mí, que se niegue a sí mismo, tome su cruz y me siga» (Mt 16,24). Él nunca prometió honores y triunfos. Los Evangelios son muy claros. Siempre advirtió a sus amigos que el camino era ese, y que la victoria final pasaría a través de la pasión y de la cruz. Y lo mismo vale para nosotros. Para seguir fielmente a Jesús, pedimos la gracia de hacerlo no de palabra sino con los hechos, y de llevar nuestra cruz con paciencia, de no rechazarla, ni deshacerse de ella, sino que, mirándolo a Él, aceptémosla y llevémosla día a día.»

» Y este Jesús, que acepta que lo aclamen aun sabiendo que le espera el «crucifige», no nos pide que lo contemplemos sólo en los cuadros o en las fotografías, o incluso en los vídeos que circulan por la red. No. Él está presente en muchos de nuestros hermanos y hermanas que hoy, hoy sufren como Él, sufren a causa de un trabajo esclavo, sufren por los dramas familiares, sufren por las enfermedades… Sufren a causa de la guerra y el terrorismo, por culpa de los intereses que mueven las armas y dañan con ellas. Hombres y mujeres engañados, pisoteados en su dignidad, descartados…. Jesús está en ellos, en cada uno de ellos, y con ese rostro desfigurado, con esa voz rota pide – nos pide – que se le mire, que se le reconozca, que se le ame·.

“No es otro Jesús: es el mismo que entró en Jerusalén en medio de un ondear de ramos de palmas y de olivos. Es el mismo que fue clavado en la cruz y murió entre dos malhechores. No tenemos otro Señor fuera de Él: Jesús, humilde Rey de justicia, de misericordia y de paz».

Al final de la misa, el Papa invitó a los jóvenes de Cracovia y sus obispos a entregar a la Cruz de los jóvenes, un símbolo de la JMJ, a una representación de la juventud de Panamá, donde en enero de 2019 se celebra la JMJ.

 

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