Ismael Bárcenas Orozco  | Al Papa Francisco le gusta desafiar a los jóvenes. Los invita a que hagan lío y los convoca a hacer la revolución de la ternura. Ahora, ¿a qué se refiere cuando habla sobre dicha encomienda? Este fin de semana fui invitado al Encuentro Nacional de Jóvenes Ignacianos (Enjuvi), celebrado en la Universidad Iberoamericana, en León, Guanajuato (México). Permítanme compartir algunas reflexiones que ahí expresé.

En el diccionario de la Real Academia (RAE) nos encontramos con que Revolución tiene que ver con la acción y efecto de revolver o revolverse. También significa cambio profundo, generalmente violento, en las estructuras políticas y socioeconómicas de una comunidad nacional. Si pensamos en algunos ejemplos de la historia, nos encontramos con la Revolución Francesa (1789 – 1799) y la Revolución Mexicana (1910-1920). Hace pocas décadas en mi país surgió el levantamiento armado de la guerrilla de los zapatistas (1994), inspirado en aquella guerrilla comandada por Fidel Castro para derrocar al dictador Fulgencio Batista, dando origen a la Revolución Cubana (1959). Estos levantamientos fueron armados y violentos, y no siempre trajeron un profundo cambio a las estructuras injustas. Quizá por un tiempo, pero con el paso de los años, las revoluciones del siglo XX en América Latina se convirtieron en dictaduras tan feroces como las que derrocaron. Los vencedores, llegados al poder, mantuvieron la estructura y preservaron los privilegios que ésta les daba. Y el anhelado cambio de estructuras políticas y socioeconómicas del país no se dio, si acaso con algunos cambios cosméticos. Cambiaron los caudillos, pero no hubo una revolución de principios, ni de valores.

En México, desde hace siglos se ha dado, con algunas mutaciones, un régimen centralizado, vertical y autoritario. Quien está en el poder hace uso de los recursos nacionales como si fueran propiedad privada. Hay arraigada corrupción, paternalismo y desigualdad social. Nos quejamos que en EUA se nos discrimina, pero entre nosotros hay una alta dosis de racismo y clasismo. Ejemplo de todo esto se da en jóvenes ricos, conocidos también como mirreyes (niños insufribles por su soberbia, prepotencia, superficialidad e incapaces de darse cuenta de que no se dan cuenta), que siendo conscientes del poder que les da ser hijos de familias adineradas y pertenecientes a la cúspide de la élite social (también incapaces de darse cuenta de que no se dan cuenta), pueden raptar y violar a una compañera (recuérdese a los Porkys) o pelearse con otros igual de fresas (pijos), enviando a varios al hospital, sabiendo que la ley no los tocará y que sus padres harán hasta lo imposible para evitar el escándalo y que pisen la cárcel. La impunidad campea en mi país. Esta realidad nos desafía y nos hace ver que tenemos, como sociedad y como iglesia, tareas pendientes.

No podemos quedarnos de brazos cruzados, hay que hacer algo. Hay que recordar, para que nunca se nos olvide, que los intentos de transformar este orden social de manera violenta, no funcionaron (ni funcionarán). No es a través de violencias, ni de rabiosas ideologías de derechas o de izquierdas, como se podrá transformar nuestro entorno y nuestro mundo. La invitación que hace el Papa Francisco es que los cambios que se requieren solamente podrán consolidarse si proceden de la ternura.

Así como la compasión brota de las entrañas, de que se nos remueva lo más interno del corazón ante el sufrimiento y ante las injusticias que padecen los demás, de la misma manera la ternura surge como un sentimiento de cariño entrañable. La ternura nos ayuda a reconocer la fragilidad y vulnerabilidad del otro. También nos ayuda a reconocer nuestras propias fragilidades y debilidades. Todo ser humano tiene sueños y anhelos, como cada uno de nosotros. Todo ser humano tiene dignidad por el simple hecho de ser humano. La ternura nos ayuda a reconocerlo y sentirlo. La ternura nos permite conmovernos ante el otro, verlo como igual y reconocerlo como hermano. La ternura no es lástima. La lástima voltea para abajo, la ternura mira de forma horizontal y a los ojos. La ternura nos hace iguales. La ternura nos hace humanos.

El Papa Francisco invita a los jóvenes a que sean revolucionarios, es decir, que transformen el mundo a través de la ternura. La ternura que nos hace más sensibles, al estilo del Buen Samaritano, quien se conmovió, encarnó la misericordia, hizo suyo el dolor del afligido y fue a ayudarlo. La invitación a ser revolucionario de la ternura va en la línea de estar atento al otro, al diferente, al marginado, al que sufre. Ser revolucionario de la ternura significa tender puentes y estar abiertos al diálogo y a la Palabra. Vivir la ternura, es ser portadores de la esperanza, es ser esperanza. Esto es lo que el mundo necesita.

@elmayo

 

 

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