PALABRA Y VIDA | Por Monseñor Francisco González González,  Obispo de Campeche |

En esta lectura de Romanos 8,9.11-13, san Pablo desarrolla su pensamiento cristiano, y lo lanza a situaciones éticas. Si hemos muerto, por el Bautismo, al pecado, ya no tenemos deuda hacia él, sino para con el Espíritu de Cristo resucitado que hemos recibido. Por consiguiente, ya no debemos vivir para la carne, sino según el Espíritu.

Esta reflexión paulina se une con aquella evangélica, que reza: Están en el mundo, pero no son del mundo. Así pues, ya no estamos en deuda con la carne, sino con el Espíritu.

Cabe aclarar, que cuando Pablo escribe “carne”, no se refiere a la biología, sino al pecado. Es un término que usa religiosamente. Tampoco pretende el Apóstol hacer una fijación a los comportamientos sexuales incorrectos.

Hay que entender, en Pablo, la antítesis: carne-espíritu. La diferencia es que el hombre de carne es el que se apoya en sí mismo, que confía en sus propias fuerzas. En cambio, el hombre del espíritu es el que pone su confianza en Dios y en la gracia que Él ofrece por medio de Jesucristo. Por consiguiente, “vivir conforme al Espíritu” es estar en conexión con Dios; o como escribirá san Agustín es habitar en la Ciudad de Dios.

Vivir en el Espíritu es aceptar a Dios en la propia vida; dejarse influenciar por los criterios divinos, obedecer sus mandatos, acoger con reverencia su Palabra. Los que viven según el Espíritu aceptan a Jesús resucitado (cf. Rom 1,4), y son los mejores testimonios, de que Cristo ha vencido la muerte.

Por el bautismo hemos recibido una nueva vida (Rom 6,4). Es la vida “en el Espíritu”. Se registra un cambio importante en el bautizado. Sus criterios y modos de ser, vivir y pensar son transformados. Si nos dejamos arrastrar y conducir por el Espíritu que hemos recibido seremos, entonces, verdaderos hijos de Dios.

 

LA VIDA EN DIOS ES PAZ Y LIBERTAD

“Vivir según la carne”, empero, es contentarse con los propios recursos, sin aceptar el don gratuito de Dios. Es así que se entiende que la “carne” tiende a la “muerte; mientras que el hombre del Espíritu tiene una perspectiva  segura de vida y de paz.

El ser espiritual tiene la prerrogativa de la libertad, no es esclavo. Porque es hijo, se convierte en heredero de Dios Padre. Por eso, al Creador del universo le puede llamar “Papá”.

 

La carne, en la segunda lectura, quiere decir el humano independiente de Dios. O, también, quiere decir, al hombre que se relaciona con Dio (creyente), pero se presenta anteponiendo sus títulos y méritos. En vez de reconocer que todo lo que se tiene es por la gracias de Dios, se acercan a Dios, diríamos, ‘para presumirle todos sus talentos y bellezas’. Son  aquellos que buscan cierta relación con Dios, pero en la vida real, son independientes de obedecer a Dios.

Hay otro texto de Pablo que nos puede ayudar a complementar esta reflexión. Se trata de 2Cor 5,20: “Déjense reconciliar con Dios”. Pablo invita a sus oyentes y lectores a dirigir la mirada hacia Jesús, quien es el enviado del Padre.

Pablo se hace a un lado. No quiere ser el centro de atención. Él predica, pero no quiere dejar de ser cooperador de la “gracia de Dios”. Deja a un lado toda vanidad humana de ser reconocido, aplaudido. Si hay algo bueno, todo es de Dios. Eso se oye sencillo, pero qué difícil es vivirlo, como nos lo advierte el mismo Jesús (cf. Mat 6,1).

De hecho, el Catecismo de la Iglesia Católica nos dice que todos necesitamos constante purificación para dejar las obras de la carne (cf. Cat 1428).

 

¡Conviértenos a Ti, oh Dios, salvador nuestro!

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