Por Felipe MONROY |

Al principio, la sociedad descubrió a la generación millennial como quien contempla un portento o una proeza sobrehumana; pero, con el tiempo, no faltaron los críticos que siempre ven el vaso medio vacío y se preguntaron de qué sirven ciertas hazañas extraordinarias en el mundo real. Entonces se hizo viral aquel video de un sujeto afirmando que la generación del milenio está compuesta básicamente por jóvenes impacientes, muy mimados, algo ingenuos y demasiado confiados de sí mismos pero incapaces de hacerse cargo de alguien más.

Sin embargo, sucedió el temblor y la generación millennial hizo su parte superando cualquier expectativa del resto de la sociedad. Aprovecharon sus habilidades y el acceso que tienen a la tecnología para hacer algo más que tomarse selfies con filtros e hicieron trabajar su creatividad y sus músculos en la calle y no en los espacios de control que se han erigido para embellecer lo que de por sí ya es bello.

La generación del milenio demostró que es capaz de tender la mano por su prójimo en el mundo real y no sólo con los pulgares arriba de los likes. Por supuesto, la ilusión por el éxito inmediato o la gratificación instantánea que contamina la percepción de toda la sociedad también adormeció pronto la conciencia de los millennials: rápidamente se creyó que basta un día extraordinario, quizá dos o tres, para que todo el país cambie, para transformar toda la realidad, para superar los fantasmas que pueblan la profunda idiosincrasia mexicana. Con un par de días todos fuimos nuevos y el ‘volver a la normalidad’ significaba casi un regreso a las cavernas.

Pero ‘la normalidad’ es la realidad, con sus pros y sus contras, con los desafíos cotidianos y las búsquedas sociales que llevan años –si no décadas- poder concretar. Así que, sin que parezca un sinsentido: muchos de los triunfos culturales que busca la juventud, si se empeña buenamente en conseguirlos, quizá podrán alcanzarse cuando sus promotores ya no sean jóvenes. Y, de igual manera: los cambios que hoy transforman la sociedad son fruto de grandes empeños que las generaciones previas vienen realizando desde hace décadas.

Por eso es tan importante escuchar la voz de los jóvenes, nos explica su sentir en un mundo construido y nos abre una mirilla en el tiempo hacia un futuro que podría construirse.

En estos días, la Iglesia católica ha iniciado un año jubilar de la juventud; su interés es escuchar a los jóvenes y atisbar un poco el porvenir de esta institución en las décadas que vienen. Para ello, el papa Francisco convocó para la XV Asamblea Ordinaria de obispos a un “Sínodo sobre los jóvenes, la fe y el discernimiento vocacional”. Desde su mirada, la Iglesia advierte que la juventud del mundo está más cómoda en sociedades multiculturales y multirreligiosas, de alto pragmatismo tecnológico y en espacios que se adaptan rápidamente a culturas mixtas; pero también mira con preocupación que la falta de adaptación de grandes grupos de jóvenes a estos cambios deriva rápidamente en actitudes de integrismo o fundamentalismo, sea de corte nacionalista, ideológico o religioso.

Habrá que esperar los resultados del cuestionario global que la Iglesia católica está realizando entre los jóvenes creyentes y no creyentes; y contrastarlo con el otro cuestionario que está haciendo a los jóvenes que participan ya en alguna actividad de la Iglesia. Será altamente interesante porque los lenguajes empleados en cada uno de los cuestionarios son muy diferentes. Mientras al amplio público le preguntan: “¿Qué cosa has visto o te han platicado sobre cómo algún miembro o institución de la iglesia ha ayudado a la vida plena de un joven?”; a los jóvenes de la Iglesia católica les preguntan sobre “contribuciones a la formación en el discernimiento vocacional”, “aplicación en práctica pastoral ordinaria” o “interpretación de la paternidad espiritual”.

Escuchar a los jóvenes es un imprescindible social, más en países como México donde la población de entre 15 y 29 años aún supera el 25% del total (en países europeos este grupo social rasguña un promedio del 15%) y que representan casi el 50% del total de emigrantes que buscan fuera de México nuevos espacios y culturas para vivir.

Si hoy 2 de cada 10 jóvenes mexicanos no estudian ni trabajan quizá es porque la oportunidad de empleo para los jóvenes no ha hecho sino decrecer en las dos últimas décadas (la razón de empleo respecto a la población para jóvenes entre 15 y 29 años ha caído sostenidamente del 52% al 44%) y si, como  han venido declarando los obispos de México, los jóvenes representan un porcentaje mínimo de las asambleas dominicales de las parroquias quizá esté sucediendo algo que, para variar, sería bueno que esos mismos jóvenes pudieran explicarlo.

@monroyfelipe

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