AGENDA INTERNACIONAL | Por Georg EICKHOFF |

Entre los días 28 de noviembre y 2 de diciembre, el Papa Francisco visitó Myanmar y Bangladés, dos de los países más pobres del planeta. Además, justo en los últimos 100 días, los dos países de mayoría budista el primero, islámica el segundo, están involucrados en una de las catástrofes humanitarias más grandes y escandalosas del mundo. Desde el 24 de agosto del presente año, más de 620.000 rohingyas que representan más de la mitad del total de su etnia presente en el país, huyeron de Myanmar y se encuentran hacinados en Bangladés.

En noviembre de 2016, la ONU ha calificado la persecución y expulsión de los rohingya que son musulmanes como una “limpieza étnica”. El Secretario General de la ONU António Gutierres, resaltó, en septiembre, que la huida de los rohingya a Bangladés era la emergencia migratoria de más rápido crecimiento en el mundo y que temía “una pesadilla humanitaria”.

En 1982, los rohingya que habitan Myanmar desde hace siglos perdieron su derecho de ciudadanía. Desde entonces son la población sin ciudadanía más grande del globo. No tienen acceso ni a la educación, ni al servicio público de su país. Son víctimas de todo tipo de abuso y de extrema violencia, especialmente en los últimos meses. También ellos están perpetrando actos violentos, como los atentados terroristas contra puestos de policía y de las fuerzas armadas en el pasado mes de agosto que aparentemente desencadenaron la ola persecutoria actual que llevó a la evacuación y quema total de pueblos enteros.

No es la primera vez que una gran parte de la población musulmana de Myanmar huya a Bangladés, pero ahora es su inmensa mayoría. En otras ocasiones, decenas de miles de rohingya fueron repatriados a una patria que no los quiere recibir. Esta vez también fue acordada la “repatriación” entre Bangladés y Myanmar. Pero volver resuelve nada como tampoco huir.

El Papa Francisco fue criticado internacionalmente por no pronunciar la palabra “rohingya” durante su visita a Myanmar. Los obispos locales se lo habían aconsejado así. Llamarse rohingya no es solamente un nombre, es una bandera de lucha que el Estado autoritario de Myanmar no tolera.

Estando ya en Bangladés, el Santo Padre y el presidente de este país Abdul Harmid hablaron en términos muy claros sobre el drama humano de los rohingya.

No me atrevo a juzgar si fue excesiva la cautela de los obispos de la ínfima minoría católica de Myanmar al recomendar de no provocar a las mayorías del país. Lo que sí me atrevo a juzgar es la asombrosa capacidad de Francisco de estar una y otra vez justo en aquel punto del planeta donde en este preciso momento la humanidad más sufre.

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