Por Marieli de los Ríos Uriarte
En 2013 un hombre, venido del “fin del mundo” dejó entrar aires nuevos al Vaticano. Su figura inmediatamente conectó con la gente cuando en vez de hablar desde su posición como nuevo Papa, habló como hermano y desde abajo: “Oren por mi” pidió entonces y 12 años después aquí estamos y estaremos: orando por él.
Durante su pontificado, a cada rato nos recordó a ese Pedro del Evangelio, sencillo, espontáneo, transparente, emocional y apasionado. No dudó en “echarse al agua” cuando Jesús le dijo: “Ven” y tampoco en tomar Su mano cuando sentía que se hundía.
El papa Francisco supo cómo había que caminar en la fe y lo demostró caminando en las periferias Intuyó como había que vernos unos a otros y lo hizo como hermano. Caminó con polvo en sus pies y cruces muy pesadas en sus hombros y a pesar de los vientos contrarios, resistió y siguió avanzando.
Su sabiduría no consistió en inmensas obras sino de pequeños gestos de la vida diaria, con los suyos, con todos. Fue el papa de lo pequeño porque en la pequeñez se halla Dios.
Francisco fue un papa que no se encerró, que abrió las puertas y asumió el peligro de dejar entrar -y salir- a todos, todos, todos. Con él, comenzó un dinamismo fresco y de renovación constante. Nos retó a mirar dentro y caminar hacia fuera, a cuidar lo que creíamos insignificante y a amar lo frágil de nuestra existencia de barro.
Francisco incomodó, increpó, cuestionó y regañó. Sus gestos, decisiones, opciones y actitudes eran amenazantes para muchos pero irresistibles para todos. Frente a él nadie quedaba indiferente. Con él, todos nos sentimos parte de algo más grande.
Este hombre, este jesuita, este obispo de Roma solía sorprender con llamadas telefónicas o responder algunas de las muchas cartas que le escribían y, hallaba la manera de consolar, pero, sobre todo, de sentirnos entendidos y escuchados.
Porque Francisco fue un papa que prefirió la cotidianeidad por encima de la magnanimidad y se hizo pobre para, un día como hoy, volverse rico al gozar de la presencia eterna del Padre.
Durante su pontificado temas urgentes fueron retomados aunque no siempre bien recibidos: el cuidado de la casa común, los migrantes, la fraternidad, la amistad social, la santidad, etc. Ahí tuvo puesta su mirada: en lo diferente, en aquello de lo que nadie habla o prefieren no hablar, de lo común, del dolor del corazón, de esas tantas emociones negativas que se suelen mete debajo de la alfombra pero que él conocía muy bien en su vida, en sí mismo, en sus amigos, en los suyos.
No estemos tristes por su partida, alegrémonos porque vivimos con él estos doce años y por lo mucho que dio. Fue una gracia muy grande y un regalo perfecto. Gracias por tanto!
P.F. Amigo Francisco: ahora que estás frente a frente con Jesús, ora por nosotros.