Por Felipe Arizmendi Esquivel, Obispo de San Cristóbal de Las Casas |

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Estaba visitando pastoralmente comunidades de una parroquia, cuando llegaron dos grupos de otra, vecina, para exponerme con preocupación las divisiones que aún persisten en su propia parroquia. Hay diversas eclesiologías en el fondo. Un grupo condena y excluye al otro; no toleran que se pueda vivir la fe y la pertenencia a la Iglesia de una manera distinta a la suya. Esto les ha llevado a tener dos programaciones paralelas, una en coordinación con el párroco, y la otra por su propio camino. Ambos grupos se consideran católicos, pero uno pone especial énfasis en la dimensión social de la fe; el otro, en la oración y en las celebraciones, aunque también promueve servicios sociales a los pobres y a los enfermos. Estamos buscando alternativas de solución, pero los corazones están alejados, dolidos, resentidos. Aceptan al párroco, pero no al otro grupo.

Con matices distintos, sucede lo mismo en muchas partes y en varios ambientes. Unos viven su catolicismo de una forma tradicional, con devociones que les sostienen en su fe, pero sin muchos fundamentos, de tal forma que son presa fácil de otras denominaciones religiosas. Su piedad es sencilla y sacrificada, que a veces despreciamos, pero es la que da sentido a su vida. Otros han encontrado el sabor de la Biblia, y no sólo la leen, sino que la meditan, la oran y se esfuerzan por llevarla a la práctica, aunque a veces insisten sólo en algunos puntos del mensaje liberador, pasando por alto los que invitan a la oración y a la misericordia. Hay muchos otros grupos que, sin ser muy religiosos, luchan por los derechos humanos, por la justicia, por la ecología, por los migrantes y por los pobres en general. Sin embargo, no siempre hay concordia entre estas diversas tendencias; no hemos aprendido a armonizar las diferencias.

El estilo del Papa Francisco es diferente al del Papa Benedicto, y sin embargo se aman, se respetan, se consultan, se complementan. El estilo de Juan Bautista es muy distinto al de Jesús, pero ambos trabajan por el Reino de Dios. El estilo del evangelista Marcos es muy otro del de Juan, y los dos llevan a Cristo. Cada cual tiene su matiz propio y no podemos quedarnos con uno excluyendo al otro.

PENSAR

Lo que el Papa Francisco pidió a los coreanos, vale para todos: “Rechazar con firmeza una mentalidad fundada en la sospecha, en la confrontación y la rivalidad, y promover, en cambio, una cultura modelada por las enseñanzas del Evangelio. Pedro pregunta al Señor: ‘Si mi hermano me ofende, ¿cuántas veces le tengo que perdonar? ¿Hasta siete veces?’ Y el Señor le responde: ‘No te digo hasta siete veces, sino hasta setenta veces siete’ (Mt 18,21-22). Estas palabras son centrales en el mensaje de reconciliación y de paz de Jesús. Obedientes a su mandamiento, pedimos cada día a nuestro Padre del cielo que nos perdone nuestros pecados, ‘como también nosotros perdonamos a quienes nos ofenden’. Si no estuviéramos dispuestos a hacerlo, ¿cómo podríamos rezar sinceramente por la paz y la reconciliación?

Jesús nos pide que creamos que el perdón es la puerta que conduce a la reconciliación. Diciéndonos que perdonemos a nuestros hermanos sin reservas, nos pide algo totalmente radical, pero también nos da la gracia de hacerlo. Lo que desde un punto de vista humano parece imposible, irrealizable y, quizá, hasta inaceptable, Jesús lo hace posible y fructífero mediante la fuerza infinita de la cruz. La cruz de Cristo revela el poder de Dios que supera toda división, sana cualquier herida y restablece los lazos originarios del amor fraterno.

A los sacerdotes les pido, como embajadores de Cristo y misioneros de su amor de reconciliación (cf 2 Cor 5,18-20), que sigan creando vínculos de respeto, confianza y armoniosa colaboración en sus parroquias, entre ustedes y con sus obispos” (18-VIII-2014).

ACTUAR

Seamos generosos para abrir el corazón a los que viven su fe de una manera distinta a la nuestra. Evitemos descalificaciones generalizadas y valoremos cuanto de positivo hay en ellos. No seamos de mente cerrada, sino constructores de puentes de unidad. Oremos al Padre, como Jesús.

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