IGLESIA Y SOCIEDAD | Por Raúl Lugo |
Don Cornelio Rendón y Don Narciso Coot |
Dos días de la semana, jueves y viernes, los pasó en la sede de la Escuela de Agricultura Ecológica U Yits Ka’an, a dos kilómetros de Maní. No cambiaría esos días por nada del mundo. No solo porque me parece que la noble finalidad de la Escuela apunta con certeza a la –a mi parecer– única salida al desastre actual del ecosistema (producir los propios alimentos, usar la menor cantidad de energías no renovables y sostener, a capa y espada, el tejido social de los pueblos originarios), sino por la gracia de estar al lado de hombres y mujeres mayas que descubren (o re-descubren) sus raíces y su identidad étnica y de ellas extraen un capital humano y ecológico que ofrecen al mundo como su aportación en esta construcción común, hecha desde distintos calendarios y geografías, para lograr un buen vivir.
Pero, entre todas las experiencias que atesoro de mis días en U Yits Ka’an, quiero destacar los desayunos de cada viernes, en compañía de don Bernardo Xiu Uc, a quien no dudo en proclamar como uno de los patriarcas mayas de la agroecología. Oriundo de Mama, municipio enclavado en el sur del estado, don Bernardo es campesino por vocación y por elección. Desde los inicios de U Yits Ka’an hemos tenido la suerte de contar con su compañía y su sabiduría.
“Es cierto eso de los pudzanes…” me dice en el desayuno del viernes pasado. Inicia así don Bernardo nuestra conversación matutina. Está leyendo ahora el libro “Rebelión y Resistencia del Pueblo Maya”, que recorre la historia de los mayas desde una mirada distinta a la que estamos acostumbrados. Es la “otra historia”, la que se decanta desde la memoria de un pueblo que se resiste a ser vencido y a obedecer el mandato de desaparición que se ha decretado en su contra.
“Mi abuelo me contaba de los tiempos de la esclavitud en Mamita, continúa don Bernardo, cuando el hacendado, don Cornelio Rendón, enviaba a sus guardianes, comandados por Narciso Coot, a perseguir y a obligar a que regresaran, a mayas que, cansados de los malos tratos y del trabajo extenuante al que eran sometidos, se escapaban hacia el monte”. Don Narciso le prometía al patrón que enviaría a varias personas en su persecución, y lo hacía. Solamente que, cuenta don Bernardo con una sonrisa sarcástica, don Narciso señalaba un rumbo diverso al que los pudzanes (los huidos) habían tomado. Así, don Narciso conservaba su privilegiado trabajo y permitía que los mayas rebeldes alcanzaran a refugiarse en algún poblado donde no hubiera hacendados.
“¿Sabes qué hacían los guardianes que se iban en busca de los pudzanes?”, me pregunta don Bernardo para enseguida contestarse: “buscaban trabajo en alguna de las milpas del rumbo, sembraban o cosechaban, y después de algunas semanas regresaban diciendo: por más que los buscamos, no pudimos encontrarlos”.
El abuelo materno de don Bernardo es de la familia Uc, una de las más antiguas familias –y ya con pocos sucesores– que poblaron Mama. La cabeza y el corazón de Bernardo están llenos de recuerdos de sus conversaciones con su abuelo. Cuando Bernardo, siendo todavía niño, lo acompañaba a la milpa, escuchó en algún cruce de camino el silbido del viento, o de un pájaro que al niño de le antojó peligroso. Ni tardo ni perezoso se lo comentó a su abuelo. Éste no le dijo nada y continuó su camino. Cuando al regreso del trabajo de la milpa el niño Bernardo le informó, al pasar de nuevo por el cruce de caminos: “Aquí abuelo, aquí fue donde oí el chiflido”, el abuelo le dijo, señalando un árbol: “claro, si ese pájaro aquí vive… pero no tengas miedo, esos pájaros ya no comen a las personas. Desde que apareció la escopeta esos pájaros entendieron que tenían que dejar de atacar a los humanos. Ahora chiflan, pero no se comen a nadie. No tienes por qué tener miedo”. Y cuando el niño Bernardo respiraba tranquilo, el abuelo recomenzaba otra historia: “porque antes de que hubiera la escopeta, esos pájaros atacaban a las personas…” y allí –me dice riendo Bernardo– comenzaba una nueva historia.
Don Bernardo es testigo fiel de la riqueza que encierra la memoria del pueblo maya. Entre mitos y tradiciones, los mayas conservan la fuente de su resistencia. No en balde, después de una larga noche de opresión, humillación y sojuzgamiento, como rescoldo vivo entre las cenizas, la identidad maya se refuerza y la larga noche, de cerca de 500 años, se torna un espacio acotado de tiempo cuando miran la larga historia que antecede a la ocupación española. Todo esto gracias al auxilio que el libro “Rebelión y Resistencia del Pueblo Maya” puede ofrecer al fortalecimiento de la identidad maya y de su camino –lento, pero a mi juicio irrefrenable– hacia la recuperación de la autonomía del pueblo maya peninsular.