Por Juan Gaitán |

Esta semana, más que compartir una reflexión con una idea central para transmitir, quisiera proponer una duda de un modo objetivo: ¿Es posible un cristianismo de clase alta? Considero que para poder abordar esta cuestión sanamente, debemos dejar de lado prejuicios y cierta tensión entre clases sociales que ha existido a lo largo de la historia. La duda, sin embargo, me parece legítima.

El Libro de los Hechos narra un ideal: «Todos los creyentes vivían unidos y tenían todo en común; vendían sus posesiones y sus bienes y repartían el precio entre todos, según la necesidad de cada uno.» (Hch 2, 44-45)

No se necesita pensar mucho para darse cuenta de que hoy los creyentes no vivimos de esa manera. Y no sería justo identificar la cita con cierto comunismo, porque el cristianismo es algo muchísimo más amplio que un sistema político-económico. Me surge una segunda pregunta: ¿desprenderse de los bienes materiales para compartirlos (pensando para ser concretos, por ejemplo, en cuantiosos ahorros, viviendas de altos costos, etc.) es un acto de generosidad o es parte esencial del ser cristiano?

Aceptar que no es necesario compartir los bienes, sería aceptar asimismo una triste y dura ruptura al interno de la Iglesia, una desconexión existencial entre los católicos ricos y los católicos en necesidad.

Ahora bien, decir que no es posible ser un cristiano de clase alta, sería desacreditar a millones de personas que se han llamado como tales a lo largo de los siglos y en la actualidad; cayendo en el papel de jueces que sólo le corresponde a Dios.

Tenemos el ejemplo de José de Arimatea: «Al atardecer, vino un hombre rico de Arimatea, llamado José, que se había hecho también discípulo de Jesús.»

Pensando entonces en las diferentes formas de seguimiento de Jesús que los evangelios registran (los doce, los setenta y dos, las mujeres, los enfermos, las multitudes, la samaritana, etc.) y en concreto en la parábola de los talentos, se me ocurre que una respuesta sea considerar una «gradualidad» en las exigencias de Jesús: A unos les pide más según se les ha dado capacidad para entregarse más, y a otros menos según sus circunstancias.

Pero esto es apenas una especulación porque Jesús también es un hombre que pide cargar la cruz para seguirlo, y la cruz no es cualquier caramelo. El hombre rico (Mc 10, 17-22), por su parte, no pudo seguir al Maestro por no ser capaz de dar a los pobres «cuanto tenía».

Conclusiones

Personalmente, no encuentro una respuesta concreta a la duda que planteamos, sino solamente algunas orientaciones que se desprenden de los factores ya mencionados, entre otros.

-Las estructuras del sistema político, económico y social en el que vivimos, hacen sumamente difícil la vida cristiana como Jesús la planteó. El cristianismo, en definitiva, es entonces contracultural. El mundo exige que tengamos bienes materiales para tener seguridad; Cristo invita a no tener para ser libre. ¿El «sistema», entonces, permite vivir cristianamente?

-Es claro que el acto de creer es un acto integral, implica a todo el ser humano (no nada más afirmar: creo). Es decir, la fe necesariamente conlleva obras, porque si creemos en Cristo y su Buena Nueva, entonces creemos que la salvación está en el Reino de Dios, que es un Reino de amor y el amor, según mostró Jesucristo, es la entrega de la vida por los demás. Carece totalmente de sentido decir «creo en Jesucristo» y no entregarse al hermano necesitado.

-Si la respuesta fuera que sí es posible un cristianismo de clase alta, estas personas tienen, por su mismo ser cristiano, un deber urgente e inexcusable por transformar las situaciones de injusticia que se viven. Baste como ejemplo la educación: ¿los niños de clase alta reciben la misma calidad educativa que los niños de las poblaciones rurales de México? ¿No es eso una injusticia?

-Las Sagradas Escrituras, tanto en el Antiguo como en el Nuevo Testamento, muestran una opción preferencial por los pobres y excluidos. Es parte de ser cristiano asumir dicha opción de Jesucristo y llevar una vida volcada hacia ellos, porque ¿quién podría dormir tranquilo sabiendo que su hermano no tiene un techo para pasar la noche, un pan para cenar?

No puedo más que seguir dando vueltas al tema con pasión teológica, porque cuestionarnos es una de las mejores maneras para avanzar en nuestro seguimiento al Señor. La duda queda: ¿Es posible un cristianismo de clase alta?

Lee más textos del autor de este artículo en:

www.falsoconfalso.wordpress.com

www.facebook.com/falsoconfalso

Por favor, síguenos y comparte: