Por Luis GARCÍA ORSO, SJ |
Alice Howland es profesora e investigadora de Lingüística en la Universidad de Columbia; es una mujer inteligente, segura, triunfadora, y además el centro de unión de su familia, con su esposo investigador en Biología y sus tres hijos, dos mujeres y un hombre. Después de celebrar su cumpleaños 50, Alice se pierde mientras trota por el campus universitario y luego va notando pequeñas pérdidas de memoria de las cosas más simples y conocidas. Los exámenes médicos le detectan un síndrome de Alzheimer prematuro.
La mujer experta en palabras, significados, recuerdos, ha de afrontar que todo este bagaje, de golpe, se le va perdiendo, olvidando, confundiendo. Si toda su vida ha trabajado en esto, ¿qué sentido tiene ahora su vida y cómo quiere ella vivirla? ¿Quién soy cuando ya ni siquiera yo lo recuerdo o lo sé?
La novela de Lisa Genova, doctora en Neurociencias de la Universidad de Harvard, hace el relato de esta crisis, llevada ahora al cine por los directores norteamericanos Richard Glatzer y Wash Westmoreland. La película tiene la fortuna de siempre centrarse en Alice, en la evolución inicial de su enfermedad y en las decisiones que ella va tomando; así la narración evita distraerse en las reacciones de los familiares o amigos, o caer en la presentación de una enferma inconsciente que sólo inspire lástima y haga de una situación seria un melodrama emocionalmente exagerado. El espectador es llevado a situarse en el alma de Alice y en la forma que va asumiendo su proceso personal. El mayor logro es sin duda la interpretación madura, realista y contenida de Julianne Moore (ganadora de varios premios este año 2015, incluido el Oscar).
En una sociedad regida por valores de productividad, competencias, capacidades útiles, para calificar positiva o negativamente a las personas, para aceptarlas o para ignorarlas, más aún, para darles su identidad, Still Alice hace reventar esos criterios y nos ayuda a hacer otro acercamiento a la dignidad de las personas: no soy lo que trabajo, o hago, o digo, soy más que eso. No soy sólo una persona sana o enferma, inteligente o desmemoriada; soy alguien que ha vivido y ha amado, alguien que es amada y siempre va aprendiendo de la vida. Muchas cosas se pierden con los años, con la enfermedad, con la muerte, pero lo que se construyó en el amor permanece para siempre. Siempre Alice es un abrazo de esperanza en medio de tantos límites inevitables.