FE Y RAZÓN |Por Luis-Fernando VALDÉS |
El Presidente de los Estados Unidos lloró recientemente al recordar a los niños asesinados en un histórico tiroteo en la escuela primaria en Connecticutt (2012). Fue además un llanto de impotencia por no poder regular la posesión y el uso de armas. Pero hay más preguntas por responder que lágrimas que secar.
1. Cifras alarmantes. Desde que asumió la Presidencia de su país en 2009, Barak Obama ha hecho más de 15 comparecencias públicas para condenar una matanza de este tipo y pedir el endurecimiento de las leyes sobre el uso de armas.
Solamente en EUA durante 2015, hubo 45 tiroteos en escuelas, fallecieron 9,964 personas por armas de fuego, y el 60 % de las muertes violentas fueron causadas por este tipo de armamento.
Además, el número de víctimas de armas de fuego entre 1968 y 2011 (que fueron 1,4 millones) superan al número del soldados norteamericanos nuestros en conflictos bélicos; y en los últimos 10 años hubo más norteamericanos muertos por tiroteos que por ataques terroristas. (BBC, 2 oct. 2015)
El columnista del diario New York Times, Nicholas Kristof, dijo que “todos deberíamos estar llorando por los 32,000 estadounidenses que mueren por armas de fuego cada año” (ver). Y aquí viene la primera pregunta: ¿quién llorará por los centenares de millares, a lo largo del planeta, que fueron víctimas de el armamento vendido sin regulación?
2. Interés económico vs control de las armas. Ciertamente, la necesidad humana de defensa y protección legitima la fabricación y venta de armamento. Pero hoy parece prevalecer el criterio económico sobre el criterio defensivo.
El gasto militar mundial es una gran fuente de negocios, que en 2012 se calculaba en 1,7 billones de dólares (www.globalissues.org). Nada más en 2014, Estados Unidos, exportó armas por valor de 10,194 millones; Rusia, 5,971 millones; Francia, 1,978 millones y Reino Unido, 1,704 millones (armstrade.sipri.org).
Eso explica por qué a nivel global no parece que el criterio ético sea el relevante. Si se tratara de proteger a los seres humanos, parte importante de esta defensa debería consistir en impedir que las armas lleguen a manos equivocadas, sea porque se trate de personas con historial delictivo, sea porque son personas inhábiles para portarlas (por trastornos psíquicos, etc.).
La pregunta a esta situación la hizo Papa Francisco mismo los legisladores de Estados Unidos, quien los invitó a “ponernos un interrogante: ¿por qué las armas letales son vendidas a aquellos que pretenden infligir un sufrimiento indecible sobre los individuos y la sociedad?” (Es decir, por qué se les vende armas a los terroristas, a los narcotraficantes, a los pandilleros, etc.).
Y la contestación fue dura: “Tristemente, la respuesta –dijo el Pontífice– que todos conocemos, es simplemente por dinero; un dinero impregnado de sangre, y muchas veces de sangre inocente. Frente al silencio vergonzoso y cómplice, es nuestro deber afrontar el problema y acabar con el tráfico de armas”. (Discurso, 24 sept. 2015)
Las lágrimas de los familiares de las víctimas gritan en silencio que la dignidad de la cada persona debe ser el punto de referencia para establecer un control sobre la venta y el uso de las armas, tanto pesadas como ligeras.
El armamento se justifica si está al servicio de la seguridad de los ciudadanos y de los países. Pero el criterio económico, el paradigma del libre mercado o la ganancia monetaria de un grupo nunca deben ser el punto de referencia de las legislaciones sobre el uso y el comercio de armas.