Por Antonio MAZA PEREDA | Red de comunicadores católicos |

El sumo pontífice encontrará unas familias muy golpeadas, pero también encontrará que en la familia más tradicional hay hechos y reservas de solidaridad y misericordia.

El Papa Francisco visitará México pocos meses después del cierre del sínodo extraordinario de los obispos sobre la familia. El sínodo ya emitió un documento final que ha sido remitido al Papa, quien tomará en cuenta sus aportaciones para generar, con toda seguridad, directrices para la pastoral familiar. Un asunto tremendamente importante y que, probablemente, tendrá matices diferentes según cada país.

En su visita el Papa Francisco encontrará una realidad que difiere, al menos parcialmente de la que refleja el consenso alcanzado en el sínodo. Y probablemente eso le ocurriría en sus visitas a cualquier otro lugar, por lo que debería esperarse que sus directrices requieran de una fuerte adaptación a las condiciones de cada país o región.

Es interesante como en México tenemos ciertas ideas ya muy formadas sobre lo que es la familia y lo que debería ser, mismas que muchas veces no coinciden con la información que nos reflejan los censos. El tema da para un tratado, obviamente. En este breve espacio quisiera destacar solamente algunas características del modo como está ocurriendo la evolución de la familia en nuestro país. No se puede caer en ningún extremo. La situación no es catastrófica ni tampoco es optimista; la información de la familia muestra luces y sombras pero también señala aspectos muy positivos y que podrían ser motivo de esperanza.

Habría que empezar por decir cuál es el modelo tradicional de familia, en nuestro país. Curiosamente, la mayoría piensa que el modelo es el de la familia nuclear: papá, mamá e hijos. Sin embargo, esta es una situación relativamente moderna. Tradicionalmente la familia mexicana ha sido una familia extensa, que incluye además del núcleo algún abuelo, alguna tía soltera, y algunos otros parientes. Al darse la emigración del campo a las ciudades y de las ciudades a las zonas metropolitanas, se rompieron muchas veces los vínculos de la familia extendida y aumentó el número de familias nucleares. Pero, culturalmente, lo tradicional ha sido la familia extendida. Y es interesante ver en los censos que la familia extendida crece más rápidamente que la familia nuclear: de 1990 al año 2000 la familia nuclear creció un 2. 4 % anual mientras que la familia extensa creció en el mismo periodo al 5. 4 %. En la actualidad, aproximadamente la cuarta parte de las familias que hay en el país son familias extensas. Su crecimiento puede explicarse de muchas maneras y tiene mucho que ver con el papel de apoyo que juega la familia extensa en la sociedad. Cuando los familiares caen en problemas económicos la familia los acoge, cuando los ancianos ya no se pueden valerse por sí mismos, van a vivir con alguno de sus hijos o hijas y cuando las hijas son madres solteras, divorciadas o abandonadas por su marido, en más del 60% de los casos son acogidas por su familia. De manera que la familia que originalmente era nuclear, pasa a ser una familia extensa como resultado de la solidaridad y el apoyo que les dan a familiares cercanos y lejanos.

También es interesante el aspecto de que las familias son cada vez menores. En los hogares nucleares el promedio es de 3. 3 miembros. Es decir que son en promedio padre, madre y en la mayoría de los casos un solo hijo o dos. Y este fenómeno se está dando lo mismo en el campo que las ciudades. Las familias campesinas son, en general, más numerosas pero también tienen la mitad de los miembros que en promedio tenían en 1970. Las familias extensas son, por supuesto, más grandes. Pero el número de niños en ellas es muy similar al número en las familias nucleares.

Cada vez hay menos matrimonios. Mientras en 1970 había 7. 3 matrimonios al año por cada 1000 habitantes, en el 2013 se celebraron 4. 9 matrimonios al año por cada 1000 habitantes. Casi un 50% menos. Lo cual, por otro lado, indica un crecimiento mucho más acelerado de las uniones de hecho. Sería interesante que nuestra sociedad se cuestionara por qué el matrimonio (sea religioso o civil) es cada vez menos deseable para los jóvenes. Por otro lado, los matrimonios se celebran cada vez a edades mayores, de ocurrir en los primeros veintes, como ocurría en 1970, ahora se dan al finales de los veintes.

La situación de las uniones de hecho ha sido muy interesante. En proporción vinieron disminuyendo desde los cuarentas hasta llegar a su mínimo en 1960, donde las uniones de hecho se daban en el 8. 2 % de los mayores de 12 años. En el último censo, el 14. 4% de los mayores de 12 años vivían en uniones de hecho. Por supuesto, si tuviéramos los datos del siglo XIX nos encontraríamos que el número de uniones de hecho era aún mayor. Sin embargo, a partir de los años 30 diversas organizaciones gubernamentales y en particular las esposas de gobernadores y presidentes municipales organizaban grandes bodas colectivas que se llevaban a cabo incluso en estadios deportivos para «regularizar” a las parejas. El propósito era garantizar a los hijos y esposas el acceso a la seguridad social. En paralelo, la Iglesia organizaba misiones en localidades poco atendidas que, generalmente, buscaban el mismo propósito. El resultado fue bastante exitoso y se logró que una buena parte de la población formalizara su relación familiar. En los setentas, sin embargo, se modificaron las leyes para dar acceso a la seguridad social a las esposas e hijos de las uniones de hecho, con lo cual se suspendieron las campañas para formalizar la relación familiar.

En el último censo se muestra que el número de personas que viven en uniones de hecho son un tercio del número de personas que viven casadas. Claramente, la tendencia es a un crecimiento cada vez mayor de esas uniones. Son, sin embargo, todavía bastante minoritarias.

La cantidad de divorcios ha crecido de manera muy importante. En 1980 había 4.4 divorcios por cada 100 matrimonios. Para el año 2013 ya son 18.6 divorcios por cada 100 matrimonios, un crecimiento mayor a cuatro veces. Sin embargo, en proporción, los divorciados siguen siendo una parte relativamente pequeña de la población. Según el último censo, los separados (entendiendo por ello los que vivían en una unión de hecho y que se separan sin ninguna formalidad) son casi el triple de los que están divorciados. Visto desde el punto de vista social y también del pastoral, el gran reto son las familias que se formaron mediante una unión de hecho y que se separan dejando sin amparo al cónyuge y a los hijos. Por supuesto, estos datos son muy apreciativos porque a diferencia de los matrimonios y los divorcios, que generan documentos que puede servir de base para una estadística, estos números se generan en base a declaraciones al censo, mismas que no pueden ser comprobadas. También se ha podido demostrar, al menos en las declaraciones al censo, que las familias que se reconstruyen mediante segunda o tercera unión ocurren mucho más cuando los participantes proceden de una unión de hecho que cuando proceden de un matrimonio.

En el caso de los divorcios, contra lo que muchos creen, el número de separaciones llega a su máximo a los 11 años de matrimonio. Y, curiosamente, vuelve a crecer el número de divorcios cuando los participantes llegan a la edad del retiro, la cual generalmente coincide con el tiempo en que los hijos dejan el hogar para formar a sus propias familias.

Hay muchos más datos interesantes, pero los mencionados permiten hacernos una idea que rompe con muchos de los mitos. Sí, ha bajado el aprecio que se tiene por la familia. La unión familiar sigue siendo un valor importante para los mexicanos pero, como dicen los especialistas, esto aplica fundamentalmente para sus familias de origen. La familia que cada uno ha formado no es apreciada de la misma manera ni se ve tan importante conservar la unidad con el cónyuge como con los padres y hermanos. Sí, por supuesto hay que atender el tema de los divorcios. Pero también hay que entender que el divorcio, como lo demuestran los datos censales, es un fenómeno de las clases medias y altas y en general en los segmentos con mayores estudios de la población. En las clases con menores recursos y con estudios menores, la separación se hace de una manera informal, sin que genere una protección para los hijos. Podríamos decir, en gran resumen, que un gran problema de la familia mexicana es que cada vez más se forma de una manera informal y se deshace de una manera también informal. Y a los separados también hay que atenderlos.

El actor poco mencionado en toda esta situación es la familia extensa. Son los héroes y heroínas en este drama. Son quienes acogen a quienes sufren la desintegración familiar, les dan apoyo económico y, sobre todo, con su cariño. Suplen el rol del cónyuge ausente, contribuyen a la formación de los hijos y asumen el costo del empobrecimiento que, de una manera muy generalizada, ocurre en una familia cuando se disgrega. La familia extensa es un monumento a la misericordia; una labor callada, que no sienten como una carga sino que se siente como una necesidad del corazón.

Detrás de todo el dolor que genera la separación de las familias, así como las situaciones angustiosas de los ancianos, la familia extendida viene al rescate dando lo mejor de sí mismos y haciendo esas graves situaciones sea mucho más pasables. Tristemente, hay pocos esfuerzos de organizaciones sociales y religiosas para dar apoyo psicológico y de otros tipos a esas familias que están supliendo muchas de las carencias de nuestra sociedad.

Eso, Santo Padre, es lo que somos. Eso es lo que ocurre en nuestras familias. Así, con nuestras luces y sombras, las presentamos ante Su Santidad. Por favor, ruegue a la Sagrada Familia para que de estas situaciones dolorosas surjan fuerzas y méritos que nos permitan vivir con más felicidad y mayor vivencia de la misericordia que Jesús nos ha mostrado.

@mazapereda

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