«No a fuerza de convencer, jamás imponiendo la verdad, y tampoco volviéndose rígido en torno a alguna obligación religiosa o moral», sino que «es amando que se anuncia a Dios-Amor». El Papa Francisco, en la homilía de la misa con motivo del Jubileo de los catequistas, describió la figura de los que se dedican en la Iglesia al anuncio de la resurrección de Jesús y a la enseñanza de la fe católica.
Para la ocasión han llegado a Roma de todo el mundo más de 15 mil catequistas, que representa a millones repartidos en todas las naciones. Varios cientos vienen de Asia. Muchos de ellos son voluntarios en este esfuerzo; otros son empleados comprometidos totalmente en la comunicación de la fe cristiana.
En la homilía, el Papa, ante todo, ha dejado en claro el corazón del mensaje cristiano a comunicar: «Este centro, en torno al cual gira todo, este corazón que late y da vida a todo, es el anuncio pascual, el primer anuncio: el Señor Jesús ha resucitado, el Señor Jesús te ama, ha dado su vida por ti; resucitado y vivo, está a tu lado y te espera todos los días. Nunca debemos olvidarlo. En este Jubileo de los Catequistas, se nos pide que no nos cansemos de poner en primer lugar el anuncio principal de la fe: el Señor ha resucitado. No hay un contenido más importante, nada es más sólido y actual».
Inmediatamente después, el Papa se detuvo en el mensajero que anuncia el anuncio: «Es amando que se anuncia al Dios-Amor: no a fuerza de convencer, jamás imponiendo la verdad, ny tampoco aferrándose con rigidez a alguna obligación religiosa o moral. A Dios se le anuncia encontrando a las personas, teniendo en cuenta su historia y su camino. El Señor no es una idea, sino una persona viva: su mensaje llega a través del testimonio sencillo y verdadero, con la escucha y la acogida, con la alegría que se irradia. No se habla bien de Jesús cuando se está triste; tampoco se transmite la belleza de Dios haciendo sólo bonitos sermones. Al Dios de la esperanza se le anuncia viviendo hoy el Evangelio de la caridad, sin miedo a dar testimonio de él incluso con nuevas formas de anuncio».
Para explicar qué es el amor, Francisco se inspiró en la parábola del hombre rico y el mendigo que relata el Evangelio de hoy (26to del año, ciclo C, Lucas 16,19-31). El rico, explica el Papa, «no hace daño a nadie, no se dice que sea malo. Sin embargo, tiene una enfermedad peor que la de Lázaro, que estaba «cubierto de llagas» (ibíd.): este rico sufre una fuerte ceguera, porque no es capaz de ver más allá de su mundo, hecho de banquetes y ricos vestidos. No ve más allá de la puerta de su casa, donde yace Lázaro, porque no le importa lo que sucede afuera. No ve con los ojos porque no siente con el corazón. En su corazón ha entrado la mundanidad que adormece el alma. La mundanidad es como un «agujero negro» que engulle el bien, que apaga el amor, porque lo devora todo en el propio yo. Entonces se ve sólo la apariencia y no se fija en los demás, porque se vuelve indiferente a todo. Quien sufre esta grave ceguera adopta con frecuencia un comportamiento «estrábico»: mira