Por Ricardo HERNÁNDEZ TINOCO |
Con pasos casi imperceptibles hemos concluido nuestro peregrinar a lo largo del camino cuaresmal de purificación, proceso con el cual nos preparamos para vivir con fe y devoción la Pascua de Cristo.
En este tiempo santo, no sólo se recuerdan acontecimientos del
Sabemos bien que las efímeras realidades que vivimos en el aquí y el ahora, no son definitivas. La existencia humana tiene ansias de eternidad que sólo será saciada en la contemplación de la divinidad. La resurrección de Cristo, aviva año con año la esperanza de la vida futura hacia la que nos encaminamos.
A pesar de estar sumidos en el torbellino de la cotidianidad, abrumados por tantos y pequeños quehaceres que nos cansan y distraen, de cuando en cuando hay que levantar la cabeza para mirar al futuro. Todo lo que hacemos en el presente adquiere su pleno sentido ante la contemplación del futuro eterno que anhelamos conquistar.
Es verdad que la salvación ya está dada, pero es preciso que la vida del cristiano sea animada por las virtudes teologales y morales para poder obrar como hijo de Dios y merecer la eterna salvación. Con la muerte y resurrección de Cristo que hemos celebrado fuimos rescatados de la muerte eterna, sin embargo, se precisa de cada cristiano una respuesta de fe que se traduzca en una vida recta y justa.
No permitamos que el ambiente materialista y ateo que nos envuelve y arrastra, nos haga perder de vista la vida futura, renovemos el anhelo de alcanzar la gloria. Triste vida la de aquellos que por no mirar el futuro nada esperan.