Por Antonio MAZA PEREDA |
El pasado domingo 28 se celebró la 51 Jornada Mundial de la Comunicación Social. Su origen viene del decreto Inter Mirífica de 1963, que forma parte de los documentos del Concilio Vaticano Segundo y que pide llevar a cabo estas Jornadas.
Ha pasado ya más de cincuenta años de ese decreto y, claramente, las condiciones han cambiado mucho. En esa época, las comunicaciones sociales estaban restringidas a unos cuantos orígenes de información como las agencias internacionales de prensa, periódicos, estaciones de radio y de televisión que eran comparativamente pocos y sujetos a una regulación importante por parte de los Estados Que en muchos casos querían controlarlos. Ahora, nos recuerda el Papa Francisco, la situación es totalmente diferente. Una parte muy importante de la población tiene los medios para difundir opiniones e informaciones de una manera prácticamente instantánea y a un costo muy bajo. Sólo en México debe haber más de 90 millones de líneas de telefonía celular y a nivel mundial del número pasa de 2000 millones. El número de emisores de información no es lo único importante: a través de distintos sistemas cada uno puede acceder a centenares o miles de receptores de sus mensajes y se dan casos de personas que son seguidas por millones de individuos deseosos de conocer sus criterios.
Esto genera para la Iglesia una situación muy diferente a la de 1963. En aquella época se trataba de influir en un número relativamente pequeño de medios y sostener el derecho de la Iglesia a tener medios propios. Hoy el tema es la gran dificultad de influir sobre un número tan enorme de orígenes de información. De manera que ahora los criterios sobre comunicación social deben transmitirse a una parte muy importante la población, en lugar de trasmitirlos a un número relativamente pequeño de originadores de la comunicación.
Es en ese sentido que el Santo Padre solicita un criterio que me parece fundamental: “Quisiera exhortar a todos a una comunicación constructiva que, rechazando los prejuicios contra los demás, fomente una cultura del encuentro que ayude a mirar la realidad con auténtica confianza”, dice el Papa Francisco. Porque, efectivamente, sea de manera voluntaria o meramente por seguir criterios de novedad y atractivo para sus medios, una parte importante de la comunicación está creando un ambiente de desconfianza, de pesimismo. Y esto viene del deseo de destacar, de atraer clientes, y de dar lugar a lo poco común, a lo que llama la atención y muchas veces a lo que crea el morbo.
No se trata, por otro caso lado, de negar la realidad. Dice el Papa: “Ciertamente, no se trata de favorecer una desinformación en la que se ignore el drama del sufrimiento, ni de caer en un optimismo ingenuo que no se deja afectar por el escándalo del mal. Quisiera, por el contrario, que todos tratemos de superar ese sentimiento de disgusto y de resignación que con frecuencia se apodera de nosotros”.
Lo que pide el Santo Padre no es simple. La nuestra es una época de pesimismo. Periódicos que han intentado seriamente difundir mayoritariamente buenas noticias, han quebrado. Tal pareciera que hemos caído en una depresión colectiva y hay muchos que reaccionan incluso de un modo violento cuando se les trata de señalar los aspectos positivos de lo que ocurre en nuestra época. En parte, porque se ha construido toda una argumentación con propósitos ideológicos o políticos basada en una impresión pesimista de la realidad.
Insiste el Papa Francisco en el modo de interpretar la realidad. Nos dice que se requiere: “… una clave interpretativa que sepa seleccionar y recoger los datos más importantes. La realidad, en sí misma, no tiene un significado unívoco”. Es decir, siempre es posible interpretar y analizar la realidad de diferentes maneras sin caer en el extremo contrario de pensar que todas las interpretaciones serían igualmente válidas, como señala el gran filósofo mexicano Mauricio Beuchot.
Y la clave interpretativa, nos dice el Papa, no es otra que la Buena Nueva. Un enfoque que no niega la maldad y el sufrimiento, sino que le da una perspectiva más amplia. Una visión que genera confianza en que todo lo que ocurre será para nuestro bien y el bien de la humanidad, y que permita sostener la esperanza. Una virtud pequeña, diría Chesterton, pero imprescindible para poder vivir una vida feliz.
No es poca cosa. El Papa pone el centro de su mensaje en este concepto proponiéndolo como lema de esta 51 jornada: “Comunicar esperanza y confianza en nuestros tiempos”. Claramente, a la humanidad no le hace bien vivir en un clima permanente de desconfianza y desesperanza. La armonía de la sociedad, el crecimiento y desarrollo los países y la solidaridad no se pueden dar en medio de la desconfianza. Y no se pueden tomar medidas efectivas para el bien de la humanidad cuando se piensa que no hay esperanza. Parece algo muy menor, pero en realidad es algo fundamental. Un optimismo basado en la confianza de que Dios es el dueño de la historia y la esperanza de que ya hemos sido salvados: ese es el mensaje central de la Buena Nueva.
Tal vez, cuando se creó el decreto Inter Mirifica, hubiera bastado con actuar sobre las minorías que mueven el mundo de las comunicaciones. Hoy, hay que imbuir este espíritu a miles de millones de potenciales comunicadores, vale decir a la sociedad en su conjunto. Y aunque el mensaje del Santo Padre va dirigido a todos los hombres y mujeres comunicadores de buena voluntad y no únicamente a los católicos, también es cierto que se esperaría de los comunicadores católicos un gran entusiasmo por trasmitir nuestros mensajes con una clave interpretativa de confianza y esperanza. Muchas veces hemos sido percibidos como los que estamos señalando permanentemente el mal y que tenemos un enfoque pesimista de la sociedad. Que hemos, en algunos casos, cargado las tintas, incluso exagerado con tal de motivar a ver las cosas desde nuestro punto de vista católico. Somos percibidos como regañones.
Es claro que la propuesta del Papa no es una propuesta fácil de cumplir. Estamos acostumbrados a ser polemistas, a encontrar los errores y el mal, así como insistir muchas veces, preferentemente, en que la situación del mundo está cada vez peor. Lo que nos pide Su Santidad es un cambio de interpretación, un modo de ser diferente al que hemos venido practicando. Y creo yo que hace falta aplicar su criterio y su mensaje con entusiasmo y con responsabilidad. Por algo nos lo está pidiendo.