Por Felipe MONROY |
El que, por segundo año consecutivo, México caiga sólidamente en el Índice de Percepción de la Corrupción publicado por Transparencia Internacional no debería sorprender a nadie. Estos meses hemos sido testigos de la capacidad creativa con la que ciertas personas que están al frente de instancias públicas o privadas desfalcan al respetable mientras saquean al erario: triangulación financiera, simulación de gasto, retorno fantasma de inversiones, etcétera. Sin embargo, en el fondo, todos los actos de corrupción están fundamentados en la teoría de juegos y, especialmente, en la paradoja de San Petersburgo.
No nos dejemos llevar por el nombre, la paradoja de San Petersburgo no fue creada por rusos sino por suizos y -vaya sorpresa- nació el mismo año (1713) que el famoso ‘secreto bancario’ que ha hecho de Suiza uno de los paraísos fiscales más exitosos y controversiales de la historia. Los hermanos Nicolau II y Daniel, de la afamada familia de matemáticos Bernoulli, idearon este juego de azar donde la casa comienza con un fondo base y se incentiva a un apostador a lanzar una moneda al aire y, si sale cruz, la casa dobla la cantidad del fondo base; pero, si sale cara, el apostador se lleva el bote disponible en ese momento. Al apostador le conviene que la moneda no salga cara en los primeros lances y siempre se lleva algo de dinero; pero, como el apostador siempre gana, la casa debe cobrar una cuota inicial para participar en el juego. Los Bernouilli se preguntaron cuál debería ser la cantidad de la cuota de entrada para que el juego fuese justo o, incluso, viable.
La paradoja de San Petersburgo reside en que las ganancias en el juego crecen exponencialmente mientras que las probabilidades de ganar decrecen también exponencialmente. Los teóricos matemáticos -más allá de los debates minuciosos y los cálculos estratosféricos- resuelven que la paradoja de San Petersburgo depende del cálculo del riesgo y la ganancia que haga el apostador o la casa. ¿Qué tiene que ver todo esto con los casos de corrupción, estafa, triangulación, simulación, desvío o vil robo que soporta el edificio de la corrupción en nuestro país? Bien, casi todo.
Los apostadores son funcionarios públicos o facinerosos emprendedores que aprovechan su posición para ganar sobre la casa, que es el erario; las reglas son las mismas: mientras más riesgoso y prolongado se torna el juego, mayores ganancias se asoman en el horizonte de posibilidades; y mientras más se invierta en jugar, más posibilidades de vencer el umbral de riesgo.
Veamos la llamada ‘estafa maestra’: Se afirma que en ella se utilizan ciertas lagunas legales para hacer fluir capitales del erario mediante adjudicaciones directas a otras instancias de gobierno de aparentes menores responsabilidades para transparentar uso de recursos (como las universidades públicas) y de allí a ser utilizado con nuevos contratos para obtener productos o servicios que finalmente resultan casi imposibles de comprobar siquiera su existencia. El riesgo para los corruptos que apostaron por este ‘método’ no es que se descuba el hilo del dinero, porque la ruta y el método -aunque cuestionables- son legales y la ganancia es cuantiosa; el riesgo mayor es precisamente no haber invertido lo suficiente como para hacer rentable el ‘método’ antes de que la suerte los ponga en el banquillo de los acusados.
Así el resto de los casos de corrupción: ¿Valía la pena el riesgo de aumentar peaje en autopistas para pagar vacaciones y sobornos a funcionarios? ¿Y el riesgo de comprar un inmueble de 89 millones de pesos a una empresa a la que se favoreció mediante licitaciones? ¿Fue razonable el riesgo de endeudar las arcas del estado en diferentes actos de desvío de recursos? ¿Fue positivo defraudar a la banca con 585 millones de dólares con facturas apócrifas de una paraestatal sumamente cuestionada en transparencia?
La teoría de juegos y la paradoja de San Petersburgo son muy claras: si hasta este punto se ha ganado más de lo que se ha perdido y si el riesgo sigue muy por debajo de nuestros escrúpulos, entonces hay que seguir apostando. Usted se preguntará: ¿Valdrá la pena hacer una apuesta por la corrupción en México dos veces? Y la respuesta redunda en obviedad: ¿Ya vio cuántos candidatos quieren el papel de apostador?