ENTRE PARÉNTESIS |Por José Ismael BÁRCENAS SJ |
Una amiga me invitó a una reunión del grupo de Narcóticos Anónimos (NA) al que asistía. Se celebraba una semana en donde se invita a gente para que exponga un tema. Mi amiga me propuso que hablara sobre “tener el derecho y la responsabilidad de ser independientes”. Pronto respondí que sí. Apenas colgué, me quedé con la duda sobre: ¿y qué voy a decir?
Hay cosas que agradezco a los grupos que siguen el camino de los 12 pasos. Los conocí cuando estudiaba filosofía como parte de la formación del ser jesuita. Fui enviado un verano al reclusorio de las Islas Marías (Nayarit, México). Mi amigo Félix Palencia, que en paz descanse, era uno de los capellanes de la cárcel. Félix era muy amigo de los grupos de Alcohólicos Anónimos (AA) y más de una vez fuimos a sus reuniones. Fue hermoso contemplar la solidaridad existente entre los miembros de cada grupo. Me llamó la atención la sinceridad y honestidad expresada cuando los presos subían a tribuna. Ahí, cada quien exponía y ventilaba su vida, con sus logros y fracasos, con sus alegrías y dolores. Al escuchar los testimonios de vida, internamente me quitaba las sandalias, uno estaba en terreno sagrado. Recuerdo esas visitas con cariño. Hice buenos amigos y agradezco la sabiduría que cada uno encarnaba.
Hace algunos años, un pariente comenzó a asistir a un grupo de Neuróticos Anónimos. Cuando he podido, lo he acompañado. Me encanta que en estos grupos es cierto, es verdad, que se puede estar y convivir sin distinción de religión, clase social o ideas políticas. No es importante presentar cartas credenciales, has tenido el problema, la enfermedad, que nos convoca y aquí estamos todos para, juntos, apoyarnos y salir adelante. Percibir y captar esto me llena de esperanza. No hay fines de lucro, ni deseos de poder. Los cargos se rotan. Hay un genuino deseo de servir, pues el grupo ha sido gran soporte y brotan las ganas de que cada quien ponga su grano de arena.
Por estos motivos, por la ayuda que los 12 pasos han dado a parientes y a amistades, es que me nació apoyar en lo que pudiera. Para hablar de la responsabilidad y de la independencia recurrí a mi santo de cabecera, Søren Kierkegaard. Por cierto, aunque mi amiga sabe que soy sacerdote jesuita, no me presenté como tal, simplemente con mi nombre (y apodo, Mayo). También, en vez de hablar de Dios, hablé del Poder Superior, que es como he entendido que se menciona a las Alturas en estos grupos.
Así que comencé a hablar de dos de los personajes que inventó y puso a dialogar el filósofo de Dinamarca: el joven A y el joven B. El joven A es alguien que no se toma en serio la vida, vive de y para los placeres, huye del compromiso y evita lo aburrido. Hay cierta ingobernabilidad en su vida, pues él no decide, deciden sus vicios e impulsos. El joven B es alguien que antes vivió como el joven A, pero aprendió a tomarse la vida en serio, fue consciente de que, existencialmente, su vida carecía de sentido, rumbo y consistencia. Tuvo una crisis que lo llevó a desesperar, o, digamos, a tocar fondo. Dándose cuenta de lo mal que andaba, toma una decisión importante que lo lleva a agarrar el timón de su vida y comenzar a gobernarla.
Esta elección de largo alcance y hondo calado, le ayuda a transformar su vida al joven B. Así, su existencia comienza a tener otro sabor. Esta tarea no es fácil, pues día a día (sólo por hoy) hay que dar continuidad a la construcción de lo prometido. Con el transcurso del tiempo, el joven B se da cuenta que en esto radica su tesoro. Esta decisión, parecida a un gran salto, junto con sus respectivas renuncias, le han ayudado a ser él, a ser auténticamente él, y no otro. Le han ayudado a ser más verdadero y libre. Su vida ya no es un desfile de máscaras. Con gusto y orgullo puede decir: “este soy”. Este esfuerzo que ha labrado su personalidad, es el tesoro que le gustaría heredar a sus hijos. Pero esto no se puede heredar, cada quien tiene que hacerse responsable de su propia vida y construir con sus decisiones -y renuncias- la propia independencia.
Terminé la exposición y tuvimos un rato para preguntas y respuestas. Fue un diálogo enriquecedor. A la fecha sigo con un grato sabor de boca. Mi admiración para los grupos que siguen la filosofía de los 12 pasos. Estos espacios son una bendición para mucha gente. Es de agradecer la fraternidad y liberación que ahí se respira. Termino con la oración de la serenidad que se reza al final de cada sesión: “Dios concédeme la serenidad para aceptar las cosas que no puedo cambiar, el valor para cambiar las cosas que puedo, y la sabiduría para reconocer la diferencia”. ¡Felices 24 horas!