Jaime Septién
Las palabras de Martin Luther King aquel 28 de agosto de 1963, en Washington, resuenan en todo el mundo, pero en muchos corazones ni prendieron ni parece posible que vayan a encender la pasión por la igualdad: «Yo tengo un sueño… que todos los hombres son creados iguales…».
El doctor King fue asesinado en 1968 porque creía en que todos los hombres somos hijos de Dios y, por lo tanto, personas con la misma dignidad y los mismos derechos. Aunque parezca increíble, ni entonces ni ahora, su discurso (y su testimonio) han bajado del sueño a la realidad.
Por todos lados (y no nada más en Estados Unidos), los nacionalismos, los populismos, los segregacionismos y los supremacismos raciales, étnicos, económicos y culturales se extienden como una mancha de podredumbre y deterioro del ideal de King y de tantos otros, como el Papa Francisco, que enfrentan violencia y desprecio por expresar la ley fundamental del cristianismo: el amor al otro.
Muros que se construyen, niños que mueren ahogados, deshidratados, calcinados. ¿Puede ser «ilegal» una persona porque no tiene documentos, porque tiene otro color de piel, porque es pobre? No nos apresuremos a decir que no. Más bien pensemos en el martirio del doctor King. Y enfrentemos las consecuencias de decir que no. Las consecuencias de actualizar un sueño: el sueño de la hermandad humana.
TEMA DE LA SEMANA: MARTIN LUTHER KING: UN LEGADO NECESARIO PARA NUESTRO TIEMPO
Publicado en la edición impresa de El Observador del 20 de enero de 2019 No.1228