Por P. Fernando Pascual
Un mosaico antiguo puede estar completo y aparecer ante nuestros ojos de un modo plenamente comprensible en su composición original. O puede estar tan dañado que apenas resulta posible entender lo que representa.
Una biografía puede recoger datos suficientes sobre la vida y el carácter de una persona concreta. O puede simplemente reunir algunos trazos que impiden una visión adecuada de esa persona.
Si vamos más a fondo, es casi imposible que una biografía nos diga todo lo que caracteriza y expresa la historia concreta y llena de vicisitudes de cualquier ser humano del planeta.
Porque casi todas las biografías recogen aquellos datos y narraciones que han sido consideradas más significativas y que han sobrevivido al paso del tiempo, pero dejan de lado muchos otros datos sobre lo que no hay ni documentos ni narración alguna.
Por eso resulta tan difícil llegar a una comprensión verdaderamente válida de lo que fue la vida de aquel importante político, de ese general tantas veces alabado o criticado, de un escritor al que muchos admiran pero pocos conocen en lo más íntimo de su experiencia humana.
Con una sana dosis de prudencia, al leer la biografía de cualquier ser humano, seremos capaces de identificar aquellos trazos del mosaico que dicen mucho de esa persona, y aquellos otros trazos que nos faltan y que nos impiden una satisfactoria visión de conjunto.
El único que tiene en sus manos todas las piezas del mosaico de cada biografía es Dios. Solo Él conoce por qué se produjo aquella decisión tan extravagante o por qué se escribió un texto lleno de belleza literaria.
Tras la muerte, se hará visible el mosaico de cada una de nuestras existencias. Y en ese mosaico, esperamos, brillará de un modo intenso y sorprendente la síntesis entre las decisiones humanas, algunas de ellas negativas y otras positivas, y la misericordia divina, que tiene la fuerza de reparar tantas biografías humanas.