Por P. Fernando Pascual

En conflictos graves, especialmente en guerras, hay quienes afirman que no habría llegado el momento para iniciar negociaciones. El diálogo quedaría postergado “por ahora” para dar la “voz” a las armas.

Afirmar lo anterior va contra la verdad y, sobre todo, implica un enorme daño para miles de personas, que se ven afectadas por guerras y conflictos que pueden durar incluso años.

En realidad, siempre es tiempo para dialogar, para entablar conversaciones, para encontrar pistas de soluciones justas que beneficien realmente a los pueblos implicados.

Por eso, cuando gobiernos concretos, de un lado o de otro, repiten una y otra vez que no hay condiciones para el diálogo, necesitamos emprender un esfuerzo sincero para abrir espacios al encuentro y a la búsqueda de soluciones pacíficas y justas.

Se dirá, con cierta razón, que no tiene sentido que una parte busque el diálogo cuando la otra comete acciones de agresión contra soldados y contra civiles, con graves daños para miles de personas.

Pero precisamente para detener ese tipo de acciones de unos (o de los dos bandos), hay que emprender una y otra vez vías de negociación que permitan avanzar hacia una disminución de los ataques y a un pronto restablecimiento de la paz.

El famoso dicho “cuando uno no quiere, dos no riñen”, quizá no se aplica adecuadamente ante conflictos en los que las agresiones de uno permiten la defensa legítima de las víctimas.

Pero podemos imaginar otro dicho que sirva de complemento al apenas citado: “cuando uno quiere, quedan abiertas puertas al diálogo y a la paz”.

Lo cual, hay que añadir, implica no solo lanzar llamamientos al diálogo y peticiones de mediación por parte de otros Estados, sino analizar qué tipo de acciones concretas, también en el campo de batalla, pueden emprenderse para dar menos fuerza a las armas y para fomentar nuevos esfuerzos orientados a ayudar a las miles de víctimas que esperan, ansiosamente, el regreso de la paz en la justicia.

 

Imagen de StockSnap en Pixabay


 

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